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El descubrimiento de las ruinas del Monasterio Draco, tallado en lo alto de una desolada montaña en el valle de los dragones, ha despertado un gran interés por todo el Digimundo. Principalmente porque según los tallados de la pared exterior dentro de las ruinas se encuentra un obre mágico que contiene en su interior la data y poder del treceavo Royal Kinght, la cual sera dada a quien reclame dicho objeto. Según la historia grabada en los murales, el obre fue dejado allí por el mismo Royal Kinght en caso de que su poder sea necesario para derrotar al mal que se alce en el futuro...por desgracia semejante premio también a llamado la atención de quienes usarían el poder para sus propias metas egoístas. Por lo que esta aventura ahora se a vuelto una carrera por ver quien consigue el gran premio.
6 meses despues de la ultima carrera, un BanchoLeomon reune al viejo equipo de organizacion para dar un nuevo espectaculo, pero en esta carrera, el misterioso patrocinador ha enviado a un "Aspirante a Campeon" con un extraño y unico Digivice. ¿Que es lo que sucedera a lo largo del evento y como funciona este nuevo digivice?.
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-Skin hecho por Hardrock de The Captain Knows Best.
-Imagenes realizadas por Runari Wildy
y Sigrun Vinter
-Imagenes realizadas por Runari Wildy
y Sigrun Vinter
De haber sido en Madrid {Zadquiel - Valerie}
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De haber sido en Madrid {Zadquiel - Valerie}
El camión de mudanzas avanzaba por la carretera de camino a la ciudad. Quedaba ya lejos la hermosa Barcelona, y aun más distante su amada Italia. Una música demasiado pausada y triste para su gusto salía de los altavoces llorando un amor perdido que algo tenía que ver con flores. Con un suspiro puso sus grandes cascos de color rojo en sus oídos y Avicii comenzó a sonar con fuerza al grito de “Hey, Brother”. Medio año de clases de japonés no bastaban para darle la suficiente soltura, aunque era cierto que al menos ya entendía algo más y podía incluso chapurrearlo un poco, seguía prefiriendo el italiano. El idioma de su infancia sería siempre el más sonoro, dulce y bello que pudiera escuchar, aun con el español rondando su lengua, el inglés las aulas y el japonés la cabeza, era el italiano el que llevaba en el corazón.
Quince canciones y media después, el edificio comenzó a vislumbrarse por el parabrisas y a penas media hora más tarde el conductor y otro hombre habían bajado todas las cosas del camión y comenzaban a subirlas, a pulso, hasta el segundo piso. Valerie había encabezado la llegada abriendo la puerta con la llave, emocionada por ver como era ese piso que pagaba su beca que tan vacío estaba. Una diminuta entrada con un zapatero que precedía un salón, pequeño y luminoso, con cocina americana y, a la izquierda, en un pequeño pasillo, dos dormitorios y al fondo, un cuarto de baño blanco impoluto. No le costó decidir que cuarto sería el dormitorio y cual el estudio, su piano necesitaba un sitio privilegiado, al igual que sus altavoces y esa cámara con la que grababa sus ensayos, dormir podía dormir en casi cualquier sitio. Por lo que, dejando cuidadosamente su guitarra en el cuarto más grande, salió dispuesta a dar instrucciones.
Tensa, observó como los transportistas trataban sin cuidado algunas de las cajas, por muy grande que hubiera escrito “frágil” en todas las caras. La cantante perdió la cuenta de las veces que pidió que fueran cuidadosos, pero la gota que colmó el vaso fue cuando calló esa caja con lentes. Algo estalló y comenzó a gritar improperios en italiano logrando que los transportistas la mirasen raro. ¿Acaso eran tontos? Lo había intentado en japonés, y se habían reído de su acento, lo había probado en inglés, y la habían mirado raro, en español no lo había ni intentado, y al final su paciencia había podido y su lengua viperina había salido a flote en su lengua natal. Salió del piso para tomar aire y miró el piano. Si no estaban teniendo cuidado con simples cajas, mucho menos podía esperar que el piano saliera indemne, lo había llevado después de discutir con más de tres compañías de aviones, había aguantado los viajes de Italia a España, allí desde Madrid a Barcelona, desde allí los tres trasbordos y había llegado intacto hasta el apartamento, para sufrir por unas escaleras y unos transportistas a los que les daba igual el precio de lo que llevaban. Pensaba mandar una queja a la compañía de mudanzas.
— Cálmate.— fue lo único que aportó, en susurros, Morrigan, como si después de más de quince horas de viaje entre buses, aviones y camión, no fueran razones de peso para estar tensa, y sumarle el poco cuidado que tenían con sus cosas no rematase.
Dio vueltas por el patio mirando el diccionario a ver si encontraba la forma de pedir, nuevamente, que tuvieran cuidado con sus cosas, el sofá le importaba poco, le daba igual la cama, la vajilla, todo, podían romperlo, pero si les pasaba algo a los instrumentos pensaba meterles las patas del piano por el trasero. Sin encontrar nada, miró a su alrededor, por la puerta entraba luz, lo que indicaba que, por suerte, no iba a llover a pesar de las nubes que había visto acercarse por carretera. En su bolsillo, Morrigan parecía exasperada, y bufaba incluso más que ella, si es que eso era posible, consiguiendo acabar con la poca cordura que parecía quedar en Valerie.
Decidió mirar, aprovechando que estaban subiendo muebles que le daban más o menos igual, y para distraerse de su nada colaboradora digimon, si tenía correo, tal vez hubiera llegado algo del conservatorio. De refilón vio un apellido inglés entre los de los vecinos y se le iluminó la cara, probablemente no estuviera a esa hora, pero al menos había alguien en la escalera con quien tendría más facilidad para hablar, y eso, extrañamente, la hizo calmarse un poco. Se sentó en las escaleras, sin carta ninguna, sin fijarse en que interrumpía el paso y se apresuró a levantarse al ver acercarse a un chico que parecía querer subir.
— Perdón, ¿puedo pedirle un favor? — se decidió a preguntar esperando no importunar al vecino, en un inglés tímido.
Un mensaje apareció en su digivice. "Podrías haberme pedido que te tradujera" sugería, finalmente, Morrigan. Valerie respiró hondo, un día la mataba, siempre esperaba al último momento para aportar algo útil. Plantó una sonrisa de disculpa al chico, ahora ya había pedido ayuda, y esperaba no ser una molestia.
Quince canciones y media después, el edificio comenzó a vislumbrarse por el parabrisas y a penas media hora más tarde el conductor y otro hombre habían bajado todas las cosas del camión y comenzaban a subirlas, a pulso, hasta el segundo piso. Valerie había encabezado la llegada abriendo la puerta con la llave, emocionada por ver como era ese piso que pagaba su beca que tan vacío estaba. Una diminuta entrada con un zapatero que precedía un salón, pequeño y luminoso, con cocina americana y, a la izquierda, en un pequeño pasillo, dos dormitorios y al fondo, un cuarto de baño blanco impoluto. No le costó decidir que cuarto sería el dormitorio y cual el estudio, su piano necesitaba un sitio privilegiado, al igual que sus altavoces y esa cámara con la que grababa sus ensayos, dormir podía dormir en casi cualquier sitio. Por lo que, dejando cuidadosamente su guitarra en el cuarto más grande, salió dispuesta a dar instrucciones.
Tensa, observó como los transportistas trataban sin cuidado algunas de las cajas, por muy grande que hubiera escrito “frágil” en todas las caras. La cantante perdió la cuenta de las veces que pidió que fueran cuidadosos, pero la gota que colmó el vaso fue cuando calló esa caja con lentes. Algo estalló y comenzó a gritar improperios en italiano logrando que los transportistas la mirasen raro. ¿Acaso eran tontos? Lo había intentado en japonés, y se habían reído de su acento, lo había probado en inglés, y la habían mirado raro, en español no lo había ni intentado, y al final su paciencia había podido y su lengua viperina había salido a flote en su lengua natal. Salió del piso para tomar aire y miró el piano. Si no estaban teniendo cuidado con simples cajas, mucho menos podía esperar que el piano saliera indemne, lo había llevado después de discutir con más de tres compañías de aviones, había aguantado los viajes de Italia a España, allí desde Madrid a Barcelona, desde allí los tres trasbordos y había llegado intacto hasta el apartamento, para sufrir por unas escaleras y unos transportistas a los que les daba igual el precio de lo que llevaban. Pensaba mandar una queja a la compañía de mudanzas.
— Cálmate.— fue lo único que aportó, en susurros, Morrigan, como si después de más de quince horas de viaje entre buses, aviones y camión, no fueran razones de peso para estar tensa, y sumarle el poco cuidado que tenían con sus cosas no rematase.
Dio vueltas por el patio mirando el diccionario a ver si encontraba la forma de pedir, nuevamente, que tuvieran cuidado con sus cosas, el sofá le importaba poco, le daba igual la cama, la vajilla, todo, podían romperlo, pero si les pasaba algo a los instrumentos pensaba meterles las patas del piano por el trasero. Sin encontrar nada, miró a su alrededor, por la puerta entraba luz, lo que indicaba que, por suerte, no iba a llover a pesar de las nubes que había visto acercarse por carretera. En su bolsillo, Morrigan parecía exasperada, y bufaba incluso más que ella, si es que eso era posible, consiguiendo acabar con la poca cordura que parecía quedar en Valerie.
Decidió mirar, aprovechando que estaban subiendo muebles que le daban más o menos igual, y para distraerse de su nada colaboradora digimon, si tenía correo, tal vez hubiera llegado algo del conservatorio. De refilón vio un apellido inglés entre los de los vecinos y se le iluminó la cara, probablemente no estuviera a esa hora, pero al menos había alguien en la escalera con quien tendría más facilidad para hablar, y eso, extrañamente, la hizo calmarse un poco. Se sentó en las escaleras, sin carta ninguna, sin fijarse en que interrumpía el paso y se apresuró a levantarse al ver acercarse a un chico que parecía querer subir.
— Perdón, ¿puedo pedirle un favor? — se decidió a preguntar esperando no importunar al vecino, en un inglés tímido.
Un mensaje apareció en su digivice. "Podrías haberme pedido que te tradujera" sugería, finalmente, Morrigan. Valerie respiró hondo, un día la mataba, siempre esperaba al último momento para aportar algo útil. Plantó una sonrisa de disculpa al chico, ahora ya había pedido ayuda, y esperaba no ser una molestia.
Valerie Dantuono
Re: De haber sido en Madrid {Zadquiel - Valerie}
Fue como un temblor. No, como un derrumbe, quizás como el colapso de una pared o el ceder de los pilares de una gigantesca edificación cayendo. O por lo menos así resonó en las profundidades de la cabeza del joven que se encontraba desparramado en una pequeña y mal tendida cama cuando la señora del servicio golpeo su puerta. Su cuerpo no emitió reacción alguna, la resaca no se lo permitía. Tres golpes contundentes azotaron en la puerta pero en la cabeza del chico parecieron una millonada.
¡Niño! Ya es la hora. - Una voz chillona sonó desde detrás de la puerta de madera.- Debes dejar la habitación.
El feroz aullido de la mujer atravesó el cerebro del joven como cuchilladas provocando que sus neuronas terminen de estallar. Llevándose una mano hacia la frente con lentitud se inclino un poco sobre la cama. Intento buscar saliva en su reseca boca, para su desgracia solo encontró un amargo sabor a alcohol que empeoro su situación. Desvió los cabellos de su frente para recorrer con la vista la habitación. Se trataba de un cuarto muy pequeño, el piso era de una madera desgastada que se notaba que hace mucho tiempo no recibía cuidados. Al lado de la cama se encontraba un cubículo de madera con una pequeña lampara que funcionaba como mesa de noche. Inmediatamente al lado se encontraba un cojín con un pequeño dragón blanco profundamente dormido. La mirada del joven continuo hasta toparse con dos puertas de madera. Una que era de donde provenían los golpes de la señora del servicio y la otra que daba a un cuarto de baño, esta ultima se encontraba entre abierta.
En el gastado suelo se encontraba tirada lo que parecía una botella de whisky barato vacía. Siempre había tenido aventuras con el alcohol pero por lo general solo recurría a el en situaciones de fiesta o luego de una muy larga jornada de trabajo. Pero desde lo de sus padres y su regreso al mundo humano el alcohol había sido una salida a sus problemas, un alto a su cerebro el cual no podía apagar. A veces se avergonzaba por desperdiciar el poco dinero que conseguía en una botella de ese vil brebaje. En miles de ocasiones había dicho que el alcohol era un excelente inhibidor pero era capaz de sacar lo mas oscuro del hombre mas honorable. Evidentemente estaba cayendo en el segundo caso.
A caso no me escuchaste. - Grito nuevamente.
Disculpe... - Contesto con una voz que podría pasar por adormilada. - Juntare mis cosas y me retirare enseguida.- No había cosas que juntar, solo quería tener la oportunidad de una ducha caliente, quien sabe cuando seria la próxima.
Pudo escuchar los pasos de la mujer alejándose con lo que asumió que esta había cedido a su petición. Se levanto torpemente de la cama, tambaleándose un poco y llevándose por delante la botella de whisky y sus prendas las cuales estaban esparcidas por el suelo. A pesar del desorden en su cabeza su objetivo era claro, el baño. Debía llegar rápido, las ideas y pensamientos estaban atravesando la muralla que el alcohol había formado en su mente. Esa muralla que tanto lo aliviaba, le impedía sufrir, le impedía pensar pero para sus desgracia la barrera era cada vez mas delgada y algunos pensamientos ya habían cruzado.
Cuando menos lo pensó se encontró con una amarga mirada. Los ojos rojos, cansados. Cabellos desordenados y un poco mas largos de lo habitual. Una barba a medio crecer propia de un lampiño. El espejo le devolvía una imagen cansada, triste y sombría. Abrió el grifo del lavamanos y se dispuso a lavarse el rostro para mirarse de nuevo al espejo.
Te ves como la mierda... - Le comento a su reflejo con una falsa sonrisa. - Fracasado... - Y en ese instante fue cuando el pensamiento mas fuerte derribo la muralla haciendo que todos los demás pasen de golpe. "Tus padres están muertos, por tu culpa." Y ahí fue cuando el agua del lavamanos se confundió con unas vacías lagrimas.
Luego de unos minutos ya se encontraba bañado y vestido. Abandono el lugar en conjunto con su compañero quien ahora se encontraba en el digivice. Todavía recordaba la cara de la anciana cuando le devolvió las llaves de la habitación, eso le saco una sonrisa por un rato. El objetivo para hoy era simple. La noche anterior había realizado unos folletos a mano con la leyenda: "Se busca compañero de cuarto, gastos a dividir. Interesados llamar a este numero." Así que ahora solo debía colocarlos en el sector universitario. Luego de eso tendría que buscar algún trabajo para conseguir un poco de dinero.
Estuvo un tiempo colocando folletos en varios edificios, apartamentos y en algunos casos hasta dentro de las residencias. Por lo menos la caminata lo mantenía entretenido. El sobrevivir, el planear le permitían enfocarse en otra cosa y no en todo lo que su cabeza le demandaba. Varios folletos mas tarde y alguna que otra charla con algún universitario de la zona se topo con la entrada a un edificio que para su suerte estaba abierta. Por lo que sin rodeos entro. Tenia pensado poner un folleto en cada piso así que comenzó a hacerlo. Hasta que en un determinado momento se topo con ella. Una joven de cabellos rubios y grandes ojos azules, de rasgos cuidados y extremadamente finos se había levantado de la escalera y había levantado dirigiéndose a el. Entre el mareo que sentía producto de su resaca y la sorpresa le costo un poco reaccionar.
¿Me hablas a mi? - Dijo señalándose un poco incrédulo. "Claro que te habla a ti idiota, no hay nadie mas", fue lo que le contesto su cabeza - Si dime, encantado de ayudarte. - Procesaba la información lentamente, había tardado en notar que el acento de la joven era un tanto extraño. Ademas los ojos de la jovencita le habían llamado mucho la atención, conque eso era lo que sentían los demás cuando le hablaban de sus ojos. No podía sacarle la vista, eran muy llamativos para el. - Mi nombre es Zadqu... Zad - No presentarse con su nombre completo le costaba tanto como le irritaba pero era uno de los mecanismos de defensa que había elegido para que no se sepa de su regreso.
¡Niño! Ya es la hora. - Una voz chillona sonó desde detrás de la puerta de madera.- Debes dejar la habitación.
El feroz aullido de la mujer atravesó el cerebro del joven como cuchilladas provocando que sus neuronas terminen de estallar. Llevándose una mano hacia la frente con lentitud se inclino un poco sobre la cama. Intento buscar saliva en su reseca boca, para su desgracia solo encontró un amargo sabor a alcohol que empeoro su situación. Desvió los cabellos de su frente para recorrer con la vista la habitación. Se trataba de un cuarto muy pequeño, el piso era de una madera desgastada que se notaba que hace mucho tiempo no recibía cuidados. Al lado de la cama se encontraba un cubículo de madera con una pequeña lampara que funcionaba como mesa de noche. Inmediatamente al lado se encontraba un cojín con un pequeño dragón blanco profundamente dormido. La mirada del joven continuo hasta toparse con dos puertas de madera. Una que era de donde provenían los golpes de la señora del servicio y la otra que daba a un cuarto de baño, esta ultima se encontraba entre abierta.
En el gastado suelo se encontraba tirada lo que parecía una botella de whisky barato vacía. Siempre había tenido aventuras con el alcohol pero por lo general solo recurría a el en situaciones de fiesta o luego de una muy larga jornada de trabajo. Pero desde lo de sus padres y su regreso al mundo humano el alcohol había sido una salida a sus problemas, un alto a su cerebro el cual no podía apagar. A veces se avergonzaba por desperdiciar el poco dinero que conseguía en una botella de ese vil brebaje. En miles de ocasiones había dicho que el alcohol era un excelente inhibidor pero era capaz de sacar lo mas oscuro del hombre mas honorable. Evidentemente estaba cayendo en el segundo caso.
A caso no me escuchaste. - Grito nuevamente.
Disculpe... - Contesto con una voz que podría pasar por adormilada. - Juntare mis cosas y me retirare enseguida.- No había cosas que juntar, solo quería tener la oportunidad de una ducha caliente, quien sabe cuando seria la próxima.
Pudo escuchar los pasos de la mujer alejándose con lo que asumió que esta había cedido a su petición. Se levanto torpemente de la cama, tambaleándose un poco y llevándose por delante la botella de whisky y sus prendas las cuales estaban esparcidas por el suelo. A pesar del desorden en su cabeza su objetivo era claro, el baño. Debía llegar rápido, las ideas y pensamientos estaban atravesando la muralla que el alcohol había formado en su mente. Esa muralla que tanto lo aliviaba, le impedía sufrir, le impedía pensar pero para sus desgracia la barrera era cada vez mas delgada y algunos pensamientos ya habían cruzado.
Cuando menos lo pensó se encontró con una amarga mirada. Los ojos rojos, cansados. Cabellos desordenados y un poco mas largos de lo habitual. Una barba a medio crecer propia de un lampiño. El espejo le devolvía una imagen cansada, triste y sombría. Abrió el grifo del lavamanos y se dispuso a lavarse el rostro para mirarse de nuevo al espejo.
Te ves como la mierda... - Le comento a su reflejo con una falsa sonrisa. - Fracasado... - Y en ese instante fue cuando el pensamiento mas fuerte derribo la muralla haciendo que todos los demás pasen de golpe. "Tus padres están muertos, por tu culpa." Y ahí fue cuando el agua del lavamanos se confundió con unas vacías lagrimas.
Luego de unos minutos ya se encontraba bañado y vestido. Abandono el lugar en conjunto con su compañero quien ahora se encontraba en el digivice. Todavía recordaba la cara de la anciana cuando le devolvió las llaves de la habitación, eso le saco una sonrisa por un rato. El objetivo para hoy era simple. La noche anterior había realizado unos folletos a mano con la leyenda: "Se busca compañero de cuarto, gastos a dividir. Interesados llamar a este numero." Así que ahora solo debía colocarlos en el sector universitario. Luego de eso tendría que buscar algún trabajo para conseguir un poco de dinero.
Estuvo un tiempo colocando folletos en varios edificios, apartamentos y en algunos casos hasta dentro de las residencias. Por lo menos la caminata lo mantenía entretenido. El sobrevivir, el planear le permitían enfocarse en otra cosa y no en todo lo que su cabeza le demandaba. Varios folletos mas tarde y alguna que otra charla con algún universitario de la zona se topo con la entrada a un edificio que para su suerte estaba abierta. Por lo que sin rodeos entro. Tenia pensado poner un folleto en cada piso así que comenzó a hacerlo. Hasta que en un determinado momento se topo con ella. Una joven de cabellos rubios y grandes ojos azules, de rasgos cuidados y extremadamente finos se había levantado de la escalera y había levantado dirigiéndose a el. Entre el mareo que sentía producto de su resaca y la sorpresa le costo un poco reaccionar.
¿Me hablas a mi? - Dijo señalándose un poco incrédulo. "Claro que te habla a ti idiota, no hay nadie mas", fue lo que le contesto su cabeza - Si dime, encantado de ayudarte. - Procesaba la información lentamente, había tardado en notar que el acento de la joven era un tanto extraño. Ademas los ojos de la jovencita le habían llamado mucho la atención, conque eso era lo que sentían los demás cuando le hablaban de sus ojos. No podía sacarle la vista, eran muy llamativos para el. - Mi nombre es Zadqu... Zad - No presentarse con su nombre completo le costaba tanto como le irritaba pero era uno de los mecanismos de defensa que había elegido para que no se sepa de su regreso.
- Tamer & Digimon
- Faltas :Ya está muerto, solo que aún no lo sabeDigi Puntos :25Inventario :
Zadquiel
Re: De haber sido en Madrid {Zadquiel - Valerie}
Vio girarse al chico para devolverle una mirada extrañada, ¿la habría entendido? Los japoneses sabían inglés ¿no? Tal vez simplemente le había incomodado, estaba a escasas milésimas de lanzar un suspiro cuando la voz profunda y calma del joven rubio, algo áspera, si se permitía la observación, por fin sonó llenando el silencio, solo roto por el piar de algunos pájaros, dentro del portal. Una enorme sonrisa se extendió por la cara de la chica que asintió frenética, por fin alguien la entendía o, al menos, se molestaba en pararse a escucharla.
— Muchas gracias, de verdad, pensaba que iba a acabar con el piano destrozado por esos transportistas. — dijo señalando hacia las escaleras para que la siguiera, en un japonés chapurreado — siento molestar, de verdad, pero me salvas la vida. — se giró a mirarlo al llegar al segundo piso. — estoy en plena mudanza, y estos hombres no tienen nada de cuidado, los muebles me dan un poco igual, pero no quiero que arañen el piano de bajo. — explicó esperando que el chico se hubiera fijado en el gran piano negro de cola que había, ya fuera, del camión de mudanzas. — ¿puedes pedirles que tengan cuidado? A mi no me escuchan, y no se si es por el acento, pero tampoco parecen entender inglés. Me siento como en una película de Charles Chaplin, esas en las que el tipo no hablaba e iba de un lado al otro así — juntó las piernas empezando a andar de forma extraña — como un pingüino, y de pronto — se paró en seco y golpeó una mano con la otra — PUM, se le cae encima un piano, y el sale ileso pero el piano destrozado. Y no quiero que eso le pase a mi piano. — el gesto de preocupación que siguió a estas palabras desapareció en cuando su cabeza cambió de tema. — Ay, perdona, soy una maleducada, Zad, me has dicho que te llamas, ¿verdad? — extendió la mano para un apretón, no sabía si eso era adecuado en Japón, pero si no lo era, que la corrigieran, después de todo, más valía pedir perdón que permiso — Yo soy Valerie, y soy nueva aquí, en Japón, digo, es la primera vez que vengo y… bueno, eso, que un placer. — lanzó una enorme sonrisa confiada y alegre.
Los transportistas salieron del apartamento, dispuestos, al parecer a encargarse del último mueble. Valerie se había pasado varias horas subiendo y bajando cosas, dejándolas donde podía y pronto le tocaría empezar a desempacar, había podido vacías la ropa, y meterla ya en la cómoda y los armarios mientras los del camión de mudanzas seguían subiendo cajas, lo siguiente serían los instrumentos y la cocina.
Suspiró esperando que al chico le hicieran caso. Parecía alguien tranquilo y elegante, a pesar de ese aire somnoliento, y no parloteaba soltando ideas al azar como ella que parecía un loro mal adiestrado. No por nervios, ni porque no supiera controlarse, simplemente parecía no tener control de su lengua, empezaba a hablar y no había forma humana de detenerla, a no ser que le pusieran una partitura delante, entonces la miraba, la estudiaba, la reflexionaba y le daba vueltas con una concentración envidiable. Probablemente la única forma de que permaneciera en silencio era poniéndole música delante.
El que había estado conduciendo el camión se acercó con porte altanero, mirando a la menuda chica con molestia, como si tuviera derecho después de haber tratado tan mal sus cajas. Por poco no le rompe las lentes de la cámara. Aun gracias que las había envuelto todas con papel de burbujas, separado con cartones y que no había nada más pesado que el objetivo, si no, adiós a su cámara, y no es que esas cosas fueran baratas, le había costado mucho tiempo ahorrar para comprarlo todo, pobre de quien se los rompiera por no tener cuidado.
Con un pesado suspiro, se apartó un momento de los dos hombres con una mirada de disculpa, miró su teléfono, aun apagado, debería encenderlo y llamar a su abuela, pero aun tenía mucho que hacer y no tenía claro de que humor estaría la anciana. Tan pronto se pasaba horas regañándola como se limitaba a usar monosílabos. Era difícil saber cómo la encontraría al coger el teléfono, sería mejor, por si acaso, esperar a tener tiempo, encendió el móvil y lo puso en modo avión mientras conectaba con lo que tuviera que conectar, no es que ella supiera nada de teléfonos, redes, ni de nada, pero suponía que algo tenía que hacer el teléfono.
— No creo que sea buena idea llamarla ahora. — murmuró la digimon desde la pantalla del digivice, confirmándole su opinión, y recibiendo una sonrisa y un asentimiento ligero en respuesta.
Valerie alzó la vista otra vez y sonrió al chico acercándose de nuevo. Cuando el transportista desapareció por las escaleras, siguiendo a sus compañeros se acercó a la barandilla.
— Muchísimas gracias. De verdad, te invito a almorzar a cambio del favor, ¿te parece? — Sonrió mientras empezaban a subir, con sumo cuidado, el pesado instrumento negro.
Con un par de señas les indicó dónde podían dejarlo y suspiró aliviada al verlos marchar. Por fin tenía todos sus muebles, ya solo quedaba ordenarlo, la suerte era que, al menos, era un piso bonito y claro. Cogió la mochila y la guitarra, guardó las llaves y se dispuso a salir para pagar el favor al joven de la voz profunda.
— ¿Vamos? No conozco la zona, pero seguro que sabes de algún bar donde pueda compensarte el favor. — preguntó con una sonrisa notando como Morrigan saltaba en su bolsillo.
— Muchas gracias, de verdad, pensaba que iba a acabar con el piano destrozado por esos transportistas. — dijo señalando hacia las escaleras para que la siguiera, en un japonés chapurreado — siento molestar, de verdad, pero me salvas la vida. — se giró a mirarlo al llegar al segundo piso. — estoy en plena mudanza, y estos hombres no tienen nada de cuidado, los muebles me dan un poco igual, pero no quiero que arañen el piano de bajo. — explicó esperando que el chico se hubiera fijado en el gran piano negro de cola que había, ya fuera, del camión de mudanzas. — ¿puedes pedirles que tengan cuidado? A mi no me escuchan, y no se si es por el acento, pero tampoco parecen entender inglés. Me siento como en una película de Charles Chaplin, esas en las que el tipo no hablaba e iba de un lado al otro así — juntó las piernas empezando a andar de forma extraña — como un pingüino, y de pronto — se paró en seco y golpeó una mano con la otra — PUM, se le cae encima un piano, y el sale ileso pero el piano destrozado. Y no quiero que eso le pase a mi piano. — el gesto de preocupación que siguió a estas palabras desapareció en cuando su cabeza cambió de tema. — Ay, perdona, soy una maleducada, Zad, me has dicho que te llamas, ¿verdad? — extendió la mano para un apretón, no sabía si eso era adecuado en Japón, pero si no lo era, que la corrigieran, después de todo, más valía pedir perdón que permiso — Yo soy Valerie, y soy nueva aquí, en Japón, digo, es la primera vez que vengo y… bueno, eso, que un placer. — lanzó una enorme sonrisa confiada y alegre.
Los transportistas salieron del apartamento, dispuestos, al parecer a encargarse del último mueble. Valerie se había pasado varias horas subiendo y bajando cosas, dejándolas donde podía y pronto le tocaría empezar a desempacar, había podido vacías la ropa, y meterla ya en la cómoda y los armarios mientras los del camión de mudanzas seguían subiendo cajas, lo siguiente serían los instrumentos y la cocina.
Suspiró esperando que al chico le hicieran caso. Parecía alguien tranquilo y elegante, a pesar de ese aire somnoliento, y no parloteaba soltando ideas al azar como ella que parecía un loro mal adiestrado. No por nervios, ni porque no supiera controlarse, simplemente parecía no tener control de su lengua, empezaba a hablar y no había forma humana de detenerla, a no ser que le pusieran una partitura delante, entonces la miraba, la estudiaba, la reflexionaba y le daba vueltas con una concentración envidiable. Probablemente la única forma de que permaneciera en silencio era poniéndole música delante.
El que había estado conduciendo el camión se acercó con porte altanero, mirando a la menuda chica con molestia, como si tuviera derecho después de haber tratado tan mal sus cajas. Por poco no le rompe las lentes de la cámara. Aun gracias que las había envuelto todas con papel de burbujas, separado con cartones y que no había nada más pesado que el objetivo, si no, adiós a su cámara, y no es que esas cosas fueran baratas, le había costado mucho tiempo ahorrar para comprarlo todo, pobre de quien se los rompiera por no tener cuidado.
Con un pesado suspiro, se apartó un momento de los dos hombres con una mirada de disculpa, miró su teléfono, aun apagado, debería encenderlo y llamar a su abuela, pero aun tenía mucho que hacer y no tenía claro de que humor estaría la anciana. Tan pronto se pasaba horas regañándola como se limitaba a usar monosílabos. Era difícil saber cómo la encontraría al coger el teléfono, sería mejor, por si acaso, esperar a tener tiempo, encendió el móvil y lo puso en modo avión mientras conectaba con lo que tuviera que conectar, no es que ella supiera nada de teléfonos, redes, ni de nada, pero suponía que algo tenía que hacer el teléfono.
— No creo que sea buena idea llamarla ahora. — murmuró la digimon desde la pantalla del digivice, confirmándole su opinión, y recibiendo una sonrisa y un asentimiento ligero en respuesta.
Valerie alzó la vista otra vez y sonrió al chico acercándose de nuevo. Cuando el transportista desapareció por las escaleras, siguiendo a sus compañeros se acercó a la barandilla.
— Muchísimas gracias. De verdad, te invito a almorzar a cambio del favor, ¿te parece? — Sonrió mientras empezaban a subir, con sumo cuidado, el pesado instrumento negro.
Con un par de señas les indicó dónde podían dejarlo y suspiró aliviada al verlos marchar. Por fin tenía todos sus muebles, ya solo quedaba ordenarlo, la suerte era que, al menos, era un piso bonito y claro. Cogió la mochila y la guitarra, guardó las llaves y se dispuso a salir para pagar el favor al joven de la voz profunda.
— ¿Vamos? No conozco la zona, pero seguro que sabes de algún bar donde pueda compensarte el favor. — preguntó con una sonrisa notando como Morrigan saltaba en su bolsillo.
Valerie Dantuono
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