El Ducado [Privado con Horo Horo y Scott-X]

El bosque digital, se hallaba aparentemente tranquilo. Los digimons que moran en él, saben parecer ser capaces de adecuarse al medio de tal manera que el bosque es uno con ellos. Por eso un extraño en aquellos lares era visiblemente reconocible, y más si ése extraño era un candlemon, con un sonido de metal chirriante al moverse a pequeños botes, acompasados y torpes que aplastaba la hierba sobre la que saltaba.
Ése era yo. Biencorazonado, pero torpe, ciertamente. Y más cuando había pasado la mayor parte estudiando las artes arcanas, no moviéndome cuan guerrero. Este hecho, me hacía sentir desalentado; mi discrección al moverme por allí era comparable a la de una bola de nieve rodando. Pero de alguna manera, tenía que encontrar la manera de superar éstas dificultades, porque eran la puerta a... a mi razón de ser. Esta prueba, por supuesto, sólo iba a marcar el paso a ser algo más que un simple aspirante... un aprendiz. Un aprendiz del Cónclave. Pero no quisiera hastiaros con explicaciones; sólo debeis saber que es una organización de magos muy importante en Witchenly, del cual pretendo formar.
Y la misión para siquiera tener el título de aprendiz no era sencilla. Tenía que encontrar cierto ducado en aquel inmenso bosque (me pregunto si sabrán siquiera qué es un ducado estos digimons que viven aquí) y solucionar cierto problema. La naturaleza de dicho problema no se me había revelado; sólo un nombre, una tal Domina era lo que tenía.

En estos pensamientos me hallaba, cuando sin percatarme, una liana se enredó en torno a la basa de metal; ésto, me hizo caer estrepitosamente hacia delante y aunque mis manos de cera evitaron que cayera de morros en el suelo, no pude evitar reprimir un gemido de dolor. Me goteaban restos de cera, por cansancio; llevaba tiempo vagando por aquel bosque, y el cansancio añadido de tener que poner atención hacia dónde pisaba no me dejaba mirar a mi alrededor y tomar aquello como un grato paseo.

Oyose algo por los alrededores. Yo aún estaba en el suelo, tirado con las manos extendidas, sin ser capaz de encontrar el sosiego suficiente para ponerme de pie. No sabía qué clase de peligros podía encerrar el bosque, y en mi desventajosa situación, exiguo equipaje (en la bolsa de piel que me colgaba en el costado llevaba solamente una cantimplora, un panecillo medio-duro y un digivice), y nimio poder no podría hacer frente a un enemigo demasiado grande.

Me cubrí la cabeza con las manos, esperando que algo me atacase. Pero fuera lo que fuera, parecía estar caminando con precaución, más que correr para abalanzarse sobre mí. Abrí mis ojos cerrados, y me levanté, montando el mismo estruendo que hice al caer. Se encendió un poco de valor en mi al pensar que tenía que actuar de manera modélica, y me dirigí hacia los pasos que venían.

Pero dicho valor se disipó cuando vi a un perro resplandeciente y sobre su lomo, un humano; el digimon me recordaba a un Shisa japonés. El sol hacía que su pelaje se mostrase dorado y pareciera un pequeño sol en la tierra. Sobre él, iba montado un humano. Se me hacía raro ver de nuevo a humanos; yo me había recluido en Witchenly, donde no se me permitía tomar mi apariencia humana, durante muchos años, encerrado entre libros de magia y demás. Conocía, por ejemplo, a los Shisa de haber leído algo sobre ellos.
Levanté las manos. No le presté atención al zumbido de abejas que se arremolinaba en torno a un arbusto. Pero lo que me preocupaba era este humano y su digimon. El humano parecía muy a la defensiva así que le dije:

- Yo... no soy una amenaza. Sólo estoy de paso.

Esperaba que no decidiera atacarme. Me haría pedazos, probablemente.

-¿Os... envía el Cónclave? - pregunté, casi esperanzado.

En ese momento el sonido de unas abejas nos llegó más fuerte. Salieron unos FanBeemon despavorids de alrededor de un arbusto, como si se hubieran espantado por algo.
Los FanBeemon se pararon al vernos y exclamron con fastidio; ¿Más de ellos?
El que iba a la cabeza, me miró. Bueno, concretamente a mi base de oro que sujetaba mi cuerpo de cera.

- ¡Un buen regalo para ella! ¡Le gustan las cosas brillantes, así que se lo llevaremos! ¡Así no se enfadará porque no hemos encontrado lo que quería!

Todo aconteció tan rápido que nada pude hacer. El grupo, eran cuatro, de FanBeemon se arremolinaron a mi alrededor y me agarron. Yo empecé a exigir que me soltasen, pero comenzaron a volar.

- ¡A-Ayúdame, por favor! - pedí bastante desesperado. No quería que me llevasen a ninguna parte... ¡tenía que encontrar a la tal Domina!

Zumbaron entre asustados y enfadados ante la amenaza de Scott, y miraron a su líder, que no me soltaba.

-¿¡Queréis verla enfadada!?

-¡No,no,no,no!- parecía que quien fuera que fuese les daba auténtico pavor, porque aunque estaban algo inseguros de meterse con una persona tan imponente, preferían intentar luchar. Adelantaron el tórax, mostrando sus aguijones, listos para comenzar la ráfaga de disparos contra Scott y Siesarmon.

En ese instante algo salió de entre los árboles. Una mota saltarina blanca, fue lo que vieron mis ojos, lanzando una bola congeladora hacia el cielo, que hicieron caer una inesperada lluvia de estalactitas sobre ellos.

-¡EEEEKKKK!-el inútil intentar transcribir ese gritito que emitieron el restos de digi-insectos cuando los chuzos de hielo cayeron sobre ellos, pero el quid de la cuestión, es que se cayeron al suelo, sintiendo cómo las alas se les quedaban rígidas por el frío.

El FanBeemon que me sujetaba pudo evitarlo, pero Siesarmon lo arregló; como un rayo de luz, golpeó con el cuerpo al FanBeemon, que me tuvo que soltar al ser empujado. Rodé un poco, hasta quedar en el suelo.

-¡Cogedlo!- gritó el grupo, con escarcha aún en las alas. Se abalanzaron en montón hacia mí, y me rodearon en un círculo que se tornó en un enjambre...y yo, en el centro. Gemí y me cubrí con las manos, intentando evitar picotazos y girándome sobre mí mismo en incómodos botes, hasta que grité.

- ¡Apartaos de mí! - había dado tantas vueltas sobre mí mismo que acababa de crear, casi sin quererlo, un tornado de fuego que, aunque no les hizo mucho daño, consiguió hacer que se alejasen de mí. Yo caí al suelo, algo mareado por aquello, y sin creerme que hubiera podido defenderme... hasta hacía poco, sólo sabía escupir fuego.

Zumbaban, visiblemente enfadados, pero era obvio que contra ellos tres la pelea se volvería dura. ¿Se retirarían hacia dode quiera que hubieran venido? ¿Querrían hablar? ¿O preferirían pelear?