Entre la espada y la pared [Priv. Haruka Aizawa - William(Zero)]

Una mañana de verano como cualquier otra. El sol brillaba fulgente.  Así fue como había decidido empezar el día. El Sol brillaba fulgente, lanzando sus rayos contra la superficie. El viento soplaba con suavidad, lo suficiente como para hacer notoria su presencia, sin volverse algo que podría considerarse un incordio o una molestia. El clima era en verdad propicio para realizar una actividad al aire libre: Una caminata, un deporte, una simple salida. O quizás simplemente para observar la belleza del paisaje meditando sobre lo que era y lo que no. Y aquello último hubiera sido la actividad preferida del joven de cabellos violetas de no ser por los inesperados eventos que le acaecerían por culpa de nada más y nada menos que los caprichos de un cierto individuo dominado por su independencia y espíritu.

Caminaba y caminaba. A un ritmo siempre constante. A un ritmo nunca cesante. No hacía más que mover un pie delante del otro, mientras su no tan refinado -mas no por ello ineficiente- sentido de la vista exploraba cada rincón por el cual se dignaba su presencia en deambular. Siempre atento a todo detalle; desde el más minúsculo hasta el más obvio y redundante. Todo con el objetivo de seguirle el paso -de predecir sus movimientos- a cierto individuo gobernado por el donaire y la indiferencia por igual. Y a ese mismo ritmo intransigente, realizando esas mismas acciones de reconocimiento una y otra vez como si de una grabadora defectuosa se tratara, fue que el joven de peculiar tamaño había explorado ya al menos una gran porción de la ciudad. Cuando había recuperado conciencia de sus alrededores, lo primero que notó fue la presencia de un gran Muelle – o al menos, es lo que la figura del gran edificio le recordaba a simple y poco minuciosa vista. Lo primero que le vino a su mente fue una simple y nada elegante pregunta: ¿Qué diablos tenía en mente aquel felino malagradecido para haber venido a un lugar tan inusual? Ciertamente el animal que perseguía, el animal que rastreaba, probablemente no tenía una razón en particular para haber llegado al lugar.  “Un simple capricho” era sin duda alguna la única razón lógica que podía encontrar dado el comportamiento huraño e impredecible del felino perseguido.

El –o mejor dicho “La”- felino tenía un nombre; una denominación. “Kuro” era su nombre, en gran y obvia referencia a su pelaje oscuro; negro como la noche misma sin estrellas, ni Luna,  ni astros que la agobien. Se trataba de uno de los muchos felinos que habían quedado por una u otra razón del destino bajo el cuidado del joven conocido popularmente bajo el nombre de “Himura Ryuuki”. Llamarla una mascota podría ser en verdad estrechar la situación. Era mucho más independiente que el resto de sus “camaradas” gatunos. No solo por ser aún más ladina que el resto, sino también por no depender del cuidado de su querido “dueño” suele ofrecerles sin recato ni cuidado. No; a diferencia del resto, ella era perfectamente capaz de cuidarse por si misma. Si había decidido quedarse con el “pelimorado” era por razones personales –si es que su psique era capaz de tener algo tan avanzado como una definida “persona”- o es que en verdad se había encariñado con el trato cordial del susodicho. Razones que en este momento triviales resultan, pues cualquiera haya sido su razón para tomar la casa de los Himura como residencia no incurría en lo absoluto en sus tendencias exploradoras ni callejeras. Prueba y testamente  incuestionable de ello era el mismísimo presente; donde se observa que la gata ladina, con gracia que muchos otros felinos en verdad envidiarían, caminaba de techo en techo sin un rumbo o trayectoria definida de antemano. Siguiendo un deambulo incoherente hasta por fin llegar a un Muelle de curioso aspecto. No tardaría en acometer su presencia a lo largo de la construcción. Acto que no pasaría por desapercibido por parte del joven de cabellos violáceos.

Lo que presenciarían ambos, -el hombre y el animal, cada uno por su parte- sería una escena distinta, pero a la vez inevitablemente entreveradas entre sí. El felino se encontraba escabullido, entre las diversas barandas de metal que se alineaban  bordes del muelle. Con la gracia propia de un animal de su especie, se movía en dirección a unos rústicos cajones. Compuestos de madera clara, sin motivos que pudiesen llamar a la vista. En ellos encontraría a un humano –un hombre o una mujer; el género no le era de importancia- y una criatura tan extraña y a la vez no tan rara. A la distancia perfecta como observar a los recién hallados con sus agudos sentidos sin ser siquiera percibida, la gata huraña simplemente se decidió por observar; observar como si de una víctima se tratara. Su cobertura –un montón de objetos raros y mezclados- al menos le permitiría hacer al tan simple como observar, sin ser detectado.

Por su parte el joven, intentando seguir los pasos de su “presa” a cierta distancia -como respetando el espacio de la bestia-  terminaría cerca de un montón de costales que tampoco llamarían la atención de ser tan usados y gastados. Desde su posición tan peculiar: detrás de otro montón de cajas y objetos de metal cuyas era formas eran tan variadas que las oscilaban entre varas  rectangulares y otras más variadas y –quizás- especializadas. Desde su posición –que le permitían ser cauto y sigiloso- era capaz de observar las acciones de un hombre misterioso, cuyo rasgo más sugerente era su vestimenta de miliciano. El sujeto mencionado hablaba unas palabras por una radio a distancia. Lamentablemente para el peli-morado; la  lejanía no le permitiría oír con detalle lo discutido. Pero aquello no importaba, pues no a sus sabiendas, las acciones del hombre terminarían revelando más de lo que podría su persona considerar necesario.

Algo comentaba el hombre, con una extraña criatura en forma de helminto. Verde y no tan alargada, pero llamativamente decorada con franjas variadas de color morado como el cabello del joven quien observaba. ¿Qué haría ante tal curiosa situación? No era la presencia del digimon, lo que le preocupada; sino la vestimenta de quien posiblemente su ”Tamer” se tratara. La combinación inusual de “Milicia” y “Criaturas Digitales” no le sentaba bien al joven alto y delgado. Pero sabiendo que saltar a la acción no era lo más apropiado –pues información perdida terminaría siendo- ni mucho menos era su estilo,  el joven optaría por tomar un curso de acción más apropiado: Observar, observar y seguir los pasos –detalle por detalle- de aquel humano asociado con lo que no debería ser asociado. Si algo había logrado mejorar en todos sus años de aventuras y peripecias, eso era el sigilo. Por lo que, a pesar de tratarse de un militar entrenado, el peli-violáceo no sería descubierto con facilidad.