El misterio de los Digitamas desaparecidos [Libre]

Liam era consciente de que tendría que comenzar desde cero, pero jamás hubiese imaginado que aquel Trailmon que escogió al azar, o quizás siguiendo, sin saberlo, alguna clase de instinto, lo llevaría precisamente a la Zona Inicial. En cuanto el Trailmon se detuvo y abrió sus puertas, el joven salió del mismo para encontrarse con un paisaje que nunca había visto antes: era el Bosque del Inicio, un sitio repleto de Digitamas en el que sobresalía un árbol gigante. Caminó un poco por el lugar, estudiándolo visualmente, y luego se detuvo para mirar su digivice. La pantalla estaba apagada. —No vas a guiarme todo el camino, ¿verdad?— Dijo, y sonrió al entender que aquello se trataba de un viaje que tenía que emprender él. —Lo sé, debo descubrirlo por mí mismo. Esta vez no te fallaré.— Dijo mientras guardaba el digivice en el bolsillo de su chaqueta. En realidad, la idea del desafío le agradaba en cierta medida. Su propósito era conseguir los Digispirits para enmendar sus errores del pasado. Esta vez quería sentirse realmente merecedor de aquel poder, y cumplir con la responsabilidad que el espíritu digimon, al que había llamado Zeed, le había encomendado.

Continuó caminando en dirección al enorme árbol que tan llamativo resultaría para cualquier extraño que visitase el lugar. Quizás allí encontraría alguna pista que le indique por dónde continuar, o quizás encuentre algún digimon que pueda necesitar su ayuda. Cualquiera de esas posibilidades le parecía buena, dadas sus ansias por comenzar a actuar de forma constructiva en ese mundo al que años atrás había perjudicado. En el cielo podían contemplarse los colores típicos de un atardecer, ¿estaría anocheciendo? Liam movía sus pies con cuidado para no pisar ningún Digitama, ya que estaban esparcidos por el suelo. —Cuántos huevos... ¿Aquí nacen todos los digimons?— Preguntó una vez más a la nada, porque aún creía que dentro del digivice había un espíritu digimon que lo oía. Luego soltó una breve y tímida risa. —Es curioso que justo yo esté aquí en este momento. No puedo evitar pensar que algo tienes que ver en todo esto, Zeed.— Su tono de voz se iba apagando: al volver a revisar el digivice, este continuaba sin reaccionar. Comenzó a pensar que quizás no tenía mucho sentido que continuase hablando solo de esa forma. Caminó algunos metros más hasta estar lo suficientemente cerca del árbol gigante, que estaba rodeado de arbustos, como para hablar y ser oído por cualquiera que se hallase en el sitio. —¿Hola? ¿Hay alguien aquí?— Preguntó tímidamente mientras buscaba con la vista algún rastro de cualquier forma de vida que no fuese un Digitama.

Quizás hubiese esperado que alguien emergiese de los arbustos, o quizás un simple silencio por respuesta a su pregunta, pero nada de lo trivialmente esperable sucedió. En su lugar, una voz, con toda confianza, aseguró que allí no había nadie. Liam sonrió ante la curiosa circunstancia. —Vale, pues entonces me marcho, ya que no hay nada que hacer aquí...— Dijo divertido, con sus manos en los bolsillos de la chaqueta, rozando con el pie derecho el césped una y otra vez. En eso, un joven hizo acto de presencia para mostrarse un poco sorprendido por lo que ocurría allí. Liam lo observó un poco: estaba clarísimo que era un humano, al menos si se guiaba por su apariencia física. En sí, era la primera vez que se cruzaba con un humano en el Digimundo. —Por lo que veo, los Trailmon pasan seguido por esta zona, no me extraña que lleguen varios visitantes...— Dijo en un intento de explicar aquella coincidencia.

Un poco más lejos de aquel tumulto, de entre los arbustos, surgió otro individuo. Este definitivamente no era humano. Se trataba de un Jijimon, que se acercó al lugar donde observó a los recién llegados, dando voces: —¡Eh! ¿Quién está ahí? ¿Quiénes son ustedes y qué vienen a hacer aquí?— Liam se volteó para observarlo: nunca había visto a ese digimon antes, pero sabía que bastaba con preguntarle "su nombre" para saber a qué tipo pertenecía. —Disculpe, no fue nuestra intención irrumpir en su territorio...— Dijo antes que nada, para declarar que sus intenciones no eran hostiles, y habló en plural para tener un buen gesto con los demás presentes, al intentar salvarlos de la posible ira de un digimon territorial. —¿Eh? ¿Qué dices?— El Jijimon se acercó más al muchacho: parecía no haberlo oído. Inicialmente, esto no llamó particularmente la atención de Liam, que reformuló lo que había dicho, presentándose a sí mismo y hablando un poco más claro y fuerte. —Hola, soy Wolff, Liam Wolff, vengo del mundo humano, y soy un humano. No tengo intenciones de generar disturbios. ¿Y usted es...?— En ese momento el Jijimon pareció entender lo que el joven había dicho, y pasó a presentarse. —Yo soy Jijimon, el guardián de esta zona y de los digitamas y digimon bebés que hay por aquí. Me doy cuenta de que eres un humano, he tenido varias visitas de tamers por aquí. ¿Y ustedes?— Dirigió la mirada a los otros dos humanos que estaban allí. Liam imitó el movimiento, después de todo, ellos aún no se habían presentado y él también sentía curiosidad sobre sus identidades. Lentamente los colores del cielo se iban apagando: la duda de Liam sobre si aquello era un atardecer o un amanecer estaba siendo despejada, y todo parecía indicar que de un momento a otro caería la noche.

El Jijimon dio un par de pasos hacia cada uno de los que hablaron, y finalmente exclamó: —¡Tamers!— Alzando sus manos, como si el hecho de que los tres jóvenes estuviesen allí hubiese sido esperado por él. —Ustedes deben ser los tamers que pedí.— Aseguró luego, comenzando a caminar hacia el árbol gigantesco ubicado en el centro de la zona. —¿Disculpe?— La confusión de Liam era obvia por su tono de voz: para él, estaba clarísimo que había llegado a ese sitio por decisión propia, por lo que esta curiosa situación, a su entender, tenía que ser producto de una enorme casualidad. O quizás los otros dos muchachos sí estaban vinculados al misterioso asunto. —Yo no... No he sido llamado, estoy aquí por decisión propia... Pero si puedo ayudarle en algo... Será un placer para mí.—

El Jijimon se detuvo y se volteó para ver a los jóvenes. —¿Lo ves? Vienes a ayudarme, tú lo has dicho. Verás, no es la primera vez que sucede: siempre que necesito ayuda, solo tengo que desear con todas mis fuerzas que vengan los tamers a ayudarme, y ellos simplemente vendrán.— Parecía muy confiado en ello, aunque era evidente que no conocía a la perfección el mecanismo de acción que daba esos resultados. Una luna enorme asomaba por el horizonte mientras la última claridad del día desaparecía para dejar al satélite a cargo de la iluminación natural, de un tono ligeramente azulado. —Ya veo.— Liam no cuestionaría las creencias del digimon, después de todo, ese no era su objetivo allí. —¿Y para qué necesita ayuda?— Preguntó con un poco de entusiasmo: ayudar era precisamente lo que deseaba hacer, como parte de su retribución al Digimundo por sus errores del pasado. —¿Eh? ¿Que para qué necesito ayuda?— Jijimon, por su parte, no parecía tener interés alguno en conocer las razones reales de la llegada de los tamers, y luego de intentar adivinar la pregunta que vagamente había oído, decidió comentarles la situación que lo había llevado a desear la ayuda de los humanos.

—Verán, ya van cinco noches que desaparecen Digitamas. Se supone que yo soy el guardián de este lugar, pero miren a su alrededor, esta zona es muy grande, y hay miles de Digitamas por todos lados, y muchos arbustos donde esconderse, es imposible que pueda cuidarlos a todos a la vez y no logro enterarme de qué es lo que sucede con los Digitamas que desaparecen...— La preocupación y la ansiedad eran evidente en el tono de su voz. —Antes solía tener un ayudante, pero él ya cumplió su ciclo aquí y ya no está más en esta zona. Mi futuro ayudante debería nacer pronto, pero ahora mismo estoy solo. Por eso necesito su ayuda para descubrir qué sucede con los Digitamas, por qué desaparecen, y a dónde van. Miren, siempre desaparecen por la noche, así que llegan justo a tiempo. ¿Me ayudarán, verdad?— Jijimon estaba expectante a las respuestas de los tamers, y Liam decidió darle la seguridad de que al menos contaría con él. —Por supuesto.— Dijo intentando una especie de sonrisa, y se volteó a mirar a los otros dos humanos que se encontraban allí. Ni siquiera había tenido tiempo de conocerlos, de saber cómo habían llegado al Digimundo, cuánto tiempo llevaban en él, de dónde provenían... Pero si ellos aceptaban ayudar al Jijimon, ya tendrían toda la noche para conocerse mientras investigaban el misterio de los Digitamas desaparecidos.

El Jijimon por un momento se quedó observando el cielo: parecía ajeno a toda la conversación de los jóvenes humanos. Luego, un breve silencio se apoderó de la noche. —¿Eh? ¿Qué? ¿Qué van a hacer entonces?— Dijo como si retornara al mundo que tenía delante. En ese momento, Liam notó que por alguna razón era frecuente que el Jijimon pidiera repeticiones de lo que se había dicho. Quizás no escuchaba bien. Pero, ¿podía un digimon "no escuchar bien"? Por lo que sabía, eran seres de datos, por lo que no era muy difícil imaginar que parte de sus datos estuviesen dañados o desaparecidos, impidiéndole oír como debería. Hablando fuerte luego de haber considerado aquello, dijo: —Bien, entonces reuniremos todos los Digitamas en un sitio para poder vigilarlos mejor.— Dirigió una sonrisa a la chica que había propuesto la idea, en señal de apoyo, y luego se dirigió al Jijimon, hablando fuerte: —¿Dónde nos recomienda reunir los Digitamas?— Este pensó un momento, y luego dijo: —Ah... Quieren reunir los Digitamas... Pueden hacerlo en torno a ese árbol, es el corazón de este sitio y la mayoría ya se encuentran acumulados en sus cercanías, les será más fácil así.— Señaló el árbol gigante que llamaba la atención de cualquiera que se acercara a la zona.

—Entendido.— Liam se volteó para ver a sus nuevos colegas y coordinar las acciones del grupo. —Será más efectivo si nos dividimos para traer los Digitamas. A ver...— Pensó un instante para recordar los nombres con los que se habían presentado. —Zack y Yuki, ¿verdad? Ustedes llegaron por el lado de los tipis, ¿podrían ir trayendo los Digitamas que encuentren allí?— Luego miró a la muchacha: —Runari y... ¿Haku? Ya que aparecieron entre los arbustos, ¿podrían traer los Digitamas que se encuentran allí?— Señaló los arbustos que se encontraban cerca de la zona de los tipis. —Yo, que llegué con el Trailmon, traeré los que se encuentran en la pradera cercana a las vías. Y solo quedaría aquel sector.— Señaló hacia una tercera dirección, donde parecían haber cunas de arcilla. —Yo me encargaré de ellos. Son los que están por nacer.— Dijo el Jijimon. —Excelente. Tenemos que darnos prisa o, sea lo que sea que los hace desaparecer, llegará antes de que terminemos de acercarlos a todos al árbol gigante...— Tanteó la conformidad de cada uno con las tareas que había asignado, y luego se dirigió directamente a la zona de pradera donde se encontraban los Digitamas que le tocaba reunir.

Su rostro lucía despreocupado, a pesar de la posibilidad de que los Digitamas comenzaran a desaparecer en cualquier momento. Incluso, mientras recogía cuantos podía del suelo, silbaba una melodía que se inventaba en el momento. Con dos Digitamas en cada brazo, regresaba a la zona del árbol gigante y los depositaba allí. Luego se dirigía nuevamente a la pradera cercana a las vías de Trailmon y recogía otra tanda de Digitamas. Por dentro, en contraste con su apacible semblante, se preguntaba qué clase de fenómeno producía la desaparición de los Digitamas. Su lógica le decía que había dos posibilidades: o los robaba uno o varios humanos, o los responsables eran uno o más digimons. Quizás una superposición de ambas, ahora que veía que habían humanos que andaban con Digimons como si de un par inseparable se tratasen.

Llevó su razonamiento más lejos: si se tratase de individuos poderosos, no tendrían cuidado en operar a hurtadillas. Dedujo entonces que se trataba de personas comunes, o digimons de niveles bajos. Por supuesto que podía estar equivocado, pero en ese tiempo muerto en el que no tenía otra cosa que hacer que transportar Digitamas, decidió evaluar las probabilidades de eventos para esa noche. Una última apareció en su mente: si, fuese lo que fuese que se llevaba los Digitamas, veía que ahora estaban mejor cuidados, quizás dejarían de llevárselos, o esperarían a que Jijimon olvidara lo sucedido y todo volviese a la normalidad, para continuar sus operaciones.

Fueron varios minutos los que le tomaron a Liam acercar todos los Digitamas de su zona al árbol gigante. Al regresar al punto de encuentro con los últimos huevos, observó que era el último en terminar, y que Jijimon se hallaba a los pies del mismo, recostado contra el tronco, durmiendo rodeado de los Digitamas que había recogido. Liam carraspeó intentando despertar al Jijimon. —Bueno, al fin terminé, supongo que ahora tendremos que quedarnos aquí haciendo guardia.— Habló fuerte con intención de que el anciano digimon lo escuchase, pero eso no ocurrió. —¿Jijimon?— No había caso, estaba profundamente dormido. El joven observó a los otros dos muchachos. —Ya veo por qué es tan fácil llevarse los Digitamas... Como sea, supongo que ahora todo está en nuestras manos.— Metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta y comenzó a caminar lentamente por el lugar, cuidando de no pisar algún huevo, y sin alejarse de los demás, mirando los alrededores para comprobar que su vista alcanzase a ver todos los Digitamas que habían acumulado allí.

Probablemente permanecerían allí un buen tiempo, quizás incluso toda la noche, por lo que decidió, al menos, intentar entablar una conversación con sus nuevos conocidos. Además, le generaba intriga la idea de que otros humanos estuviesen en el Digimundo, ya que en el pasado había llegado a creer que él era el único capaz de llegar a ese lugar. ¡Qué ingenuo! ¿Cómo había podido creerse tan especial y único? Era un adolescente y le faltaba mucho por madurar. Pero el tiempo había transcurrido, y ahora se encontraba una vez más allí, cuatro años después. —Y... ¿Hace mucho que llegaron al Digimundo?— Su primera pregunta, algo dudosa, quebró el silencio de la noche. No pretendía molestarlos con un cuestionario, pero podría apostar a que ellos se aburrirían tanto como él si pasaban la noche en silencio. —Disculpen mi atrevimiento al preguntar, pero... ¿Cómo se conocieron con esos digimons con los que viajan?— ¿Era normal que los humanos viajaran con digimons? ¿Debería buscar uno él también? Se despeinó con la mano y sonrió, sin descuidar la vigilancia de los Digitamas.