King's Gambit [Priv. Elluka]

Lo sabía muy bien. Más que perfectamente. Yo la conocía mejor que nadie en el mundo, la conocía incluso más que Aleron, y por ello podía decir que esa respuesta había dado en su orgullo. Había movido ligeramente el hombro donde yo me acomodaba, y pude sentir como los músculos de su cara se tensaron por un momento. Inclusive casi podía sentir el calor de la sangre hirviente que hacía una carrera hasta su cara. Su respiración temblorosa ocultaba una carcajada que ella habría sacado para hacerle creer que tenía bajo control a la presa, para hacerle creer que no había sido retada.

Había dado en la ya existente grieta de la picardía de Luka, que se agrandaba segundo a segundo, desapareciendo a la noble y discreta princesa de las máquinas lentamente para traer de regreso a la audaz y descarada hija se Venus. Pasó el peso de su cuerpo a la pierna izquierda y alzó el mentón suavemente, sonriendo ladina, y se acercó un paso hacia el hombre. Bajé de su hombro en ese instante, en silencio. La distancia que Luka estaba acortando paulatinamente había dejado de ser profesional en algún punto, y ahora era visible en demasía. Pasaban los segundos, y no había una sola palabra saliendo de los labios de aquella princesa, solo permanecía la misma sonrisa en su rostro. Era una que me hacía confundir, el contraste del rostro de un demonio que emergió del infierno con el traje de una Santa. El ángel caído, eso era ella.

-Excusez-moi? -Dijo finalmente. -¿Insinúa que la palabra de una princesa... No, no, que la palabra de una paladina de mi calibre es de dudar? -Parpadeó varias veces, y llevó la diestra a su pecho, alzándolo en histriónica indignación. -Disculpe, monsieur, pero esto me da todo el derecho de enviarlo a corte, al poner en duda el honor de la corona. ¡El honor de la elegida de la guerrera que construyó este imperio! -Alzó su voz y su rostro. Sus ojos cerrados le dieron seriedad por un momento, sin embargo, la viperina sonrisa, propia de la semidiosa, hizo que se revelara su charlatanería en un santiamén. -Pero no lo haré, porque me encanta ver cómo resurge un fénix. -Suavizó su gesto, y volvió a la honestidad, o tal vez a recuperar la compostura. Se giró inmediatamente, estaba avergonzada. Se ajustó la voz, la escuché, y volvió a poner una mano sobre la vitrina, tamborileando con sus dedos discretamente. -Me descubriste. -Comenzó a reír por lo bajo, aumentando su volumen de en poco, pero nunca ruidosa. -Ni siquiera la propia Queen Chessmon recuerda qué era esto, aunque ambas apoyamos la idea de que era el primer intento de alguna lanza utilizada en las conquistas. -Me miró, y se encogió de hombros de una manera adorable. Esbocé una sonrisa. -Quien sabe, quizás la reina reaccione y te corrija, ¿quieres intentar? -Volvió a ver al hombre, y posteriormente dirigió sus orbes azules hacia las dos damas. -¿Quieren intentarlo? -Preguntó, y se alejó de la vista principal en la vitrina, permitiendo ver el artefacto, la lanza chamuscada.

Afilé mis ojos, y ladeé mi traviesa sonrisa. Ajusté un poco mi postura al verlo colocarse a mi lado, y me dispuse a contestar. Lo miré, y de repente fue como si todo hubiese quedado en blanco impoluto. El color de sus mejillas era como mirar a un cielo arrebolado, adictivo, e hipnotizante. ¿Qué iba a responderle? Me quedé perdida en sus ojos, cerúleos como el claro firmamento. Ver su rostro era tener frente a mí un rayo de sol, uno que decoraba el día a su antojo, y era bello. Me vi obligada a acercarme más, a posar mi mano en su hombro, y deslizarlo hasta comenzar su antebrazo, que si no tocaba semejante arte sentía que lo más seguro era que explotaría.

Tras unos segundos tratando de recuperar el hilo de la conversación, finalmente pude concluir en una respuesta. Coloqué mi hombro contra su brazo con disimulo, después de haber desclavado mis ojos de su rostro, después de haberlos escondido en la reliquia frente a nosotros.
-Serían tontos de no hacerlo. -Reí con debilidad tras mi comentario. -Serían tontos de no querer proteger el legendario sable del elegido de Lord Knightmon, escondido en algún lugar lejano y mítico. El sable que Fuji Raikomaru habría empuñado para defender al mundo digital, y con el que purgaba a los que desafiaban a Yggdrassil con una elegancia y hermosura que solo podrían ser dignas de su leyenda. -Llevé el índice a mi mentón, alzándolo y volviendo a sonreír con ello. -Y lo encontrarían junto a mi armadura dorada, nadie podía concluir si se trataba de dos enemigos acérrimos luchando uno contra el otro hasta morir, o si eran un par de guerreros amantes huyendo de todo y todos. Escribirán poemas sobre nosotros entonces, y una noche, en una cantina, una pareja traviesa coqueteará recitando versos de dicha obra. Y el himno a la belleza terminaría siendo poco más que historia. -Finalicé, pero no podía verlo a los ojos. Me apoyé un poco más en su brazo, y acomodé un mechón de mi cabello tras mi oreja con rapidez. Me ajusté la voz, pero eso no evitó que un suspiro se escapara de mis labios al momento de repasar todo lo que había dicho. -Sí, creo que es lo que definitivamente va a pasar. Sin duda alguna.

Lion estaba avergonzado, mucho más de lo que yo estaba. Reprimí una carcajada al verlo con los ojos tan abiertos, y la tensión con la que estaba parado. Me disculpé con la mirada y una sonrisa torpe, aunque eso no lo hizo relajarse demasiado.
-¿Demasiado? -Pregunté a Fuji, colocándome entre él y la urna con un suave giro. -Creo que es una historia digna de ser contada, un nosotros en ese futuro. -Y en cuanto me percaté de lo dicho, enrojecí completamente. Busqué corregirme inmediatamente. -Aunque, la verdad, creo que tu leyenda se cuenta por sí misma, con cada paso que das. Nadie tiene la certeza de hasta dónde llegan tus habilidades, ni de qué clase de historia planeas escribir con ello. ¿Qué tan poderoso eres, sagrado caballero? Si yo te he visto cambiar tantas veces, me pregunto cuánto lo hiciste antes de conocernos, y cuánto lo harás. -Con el tintineo de mi arreglo, moví un poco la cabeza para desviar la mirada, y la dejé en un punto fijo de su vestimenta. Si seguía buscando en el mar de sus ojos, me terminaría ahogando pronto. -Pero puedes estar seguro de que tu nombre estará escrito en más de un lugar, y te convertirás en el libro que un joven tamer leerá, no solo por curiosidad, sino por su deseo de ser tan grande como tú. -Me dispuse a seguir con el camino, pero me detuve en el intento. Quería decirle más cosas, pero todo se acumulaba en mi pecho y no encontraba salida. En un momento de rebeldía, o de quizás picardía, me apoyé con las manos en sus hombros, y besé la comisura de sus labios con la delicadeza de una pluma cayendo. -Perdona. -Musité, y resbalé mis manos hasta posarlas en mi espalda, queriendo evitar el dejarlo ir. -¿Seguimos? Se nos agotará el tiempo antes de la audiencia formal. -Subí un poco el volumen de mi voz para ajustarme a la realidad, pero yo seguía perdida en el recuerdo de aquella travesura.

Sonreí de regreso al notar como Fuji había regresado a jugar conmigo. Relajé mis hombros con un suspiro inconsciente, pero que no me atreví a ocultar, y comencé a andar para mostrar el camino.
-Sigamos entonces. -Respondí, y palmeé dos veces el lateral de mi pierna mientras caminaba, haciendo que Lion se apresurara a escalar a mi hombro de nuevo. A medida que avanzábamos, el suelo comenzaba a alfombrarse en un suave, pero poderoso, rojo vivo; las paredes se adornaban con ventanales hacia las marmoladas fuentes al exterior. A pesar de haber otras sugerencias que el corredor nos tentaba a seguir con sus pasillos aledaños, una puerta enorme y dorada era la dueña de mi atención.

-Si bien, los experimentos de Queen Chessmon son impresionantes, no los traje por este pasillo para ver lanzas chamuscadas. -Volví a tomar la palabra. Rasqué con el índice el mentón de mi gato, y este ronroneó para mí. -Me atrevo a llamarme a mí misma como una artista, y me encanta ver la música en todo. He apreciado todo tipo de melodías en el mundo digital, pero nunca una tan hermosa como la de la Capilla del palacio. -Dije, y me frené ante la majestuosidad de los portones de oro. -Y no hablo precisamente de acústica. -Me giré sobre mis talones tras mi cantarín comentario, y me quité la corona con el velo. Acomodé mi flequillo, asegurándome de no tener un desastre en la cabeza, y tomé aire. -Es un honor ser yo la que les muestre el tributo a Yggdrasill que mi reina, su predecesora, mis súbditos, y mis amigos han construido desde una simple viga de hierro. -Entregué a Lion mi arreglo, y este bajó con el tintineo de la corona. Entonces empujé la puerta con menor dificultad de la que esperaba. Yo no acostumbraba a tener el lujo de abrir los portones, así que no sabía qué tan pesadas eran. Me estaba jugando romper la atmósfera que había creado, sin embargo, de verdad quería ser yo. Quería servir con ese pequeño gesto, para mostrar por mi cuenta algo especial.

Ante nosotros, las sutiles luces dejaban apreciar un vitral de arco iris que adornaba la cúpula, dividido en doce secciones. Cada una de ellas rendía tributo a un Royal Knight de las leyendas, con una inscripción en digimoji en dorado. Al centro de la sala, en perfecta alineación con las puertas, estaba el mayor de todos. La representación de un árbol majestuoso, con un cerúleo núcleo que brillaría a tornasol si fuese la hora correcta.
-Me hubiera encantado mostrárselos a mediodía para poder ver el juego de luces. -Me adentré en el lugar, y el eco no se hizo esperar. -Perdóname por ser tan impaciente. -Inhalé con los ojos cerrados y extendí mis brazos, imaginando las luces cubriéndome por completo. Tal como había sido el día de mi coronación. -¿Sabes? -Dije, manteniendo la fotografía en mis párpados. -Yo no creía en ningún tipo de dios. ¿Cómo iba a creer que había una súper computadora moviendo los hilos de todos los tamer? Y el Dark Area no ayudó mucho, sólo me trajo ira. -Reí al final, y posé ambos brazos tras mi espalda. Abrí los ojos, y sonreí a Lion. -Luego me puse a pensar, justo en este lugar, que milagros tuve muchos. Que era un milagro vivir para conocer a Lion y a Aleron, y que Lune me protegiera en contra de toda ley. Era un milagro que estuvieras vivo, después de todo lo que has pasado... -Me detuve un momento, y me mordí el labio inferior. Toma fuerza. Toma fuerza. Toma fuerza. -Después de verte morir con mis propios ojos. Seguramente había alguien moviendo los datos para que estas cosas imposibles ocurrieran. -La voz me tembló más de lo que planeaba. -Y entonces pensé, qué bueno que hay gente sirviendo a esa súper computadora, que me ha probado su existencia. Qué bueno que es protegida tan bien, que no sé qué sería de mí sin el mundo digital. -Alcé la mirada, y sonreí al caballero con gran admiración, de la misma manera que lo hice hace años. -Por eso vuelvo a darles la bienvenida a mi casa, en nombre del Imperio, nobles caballeros. Gracias por su trabajo, y gracias por estar aquí. -Dije, haciendo una profunda y sentida reverencia, cubriendo con la diestra la cicatriz en mi hombro.

En silencio, me di el derecho de apreciar la escena. Había llegado demasiado tarde como para conocer el contexto, así que comencé a sacar conclusiones; la Capilla dedicada a los Royal Knights pudo haber conmovido al invitado, o quizás Elluka soltó un discurso que lo llevó a semejante y vulnerable semblante.

-Y eso también lo agradezco. -Dijo Elluka. Tomó la mano derecha del hombre de púrpura, la llevó a su propio rostro, y besó la palma de esta. Me removí de mi lugar con bastante sorpresa. -¿Me permitirías servirte también? -Alzó su otra mano hasta el rostro ajeno, y secó los rastros de lágrimas con lentitud. Esbocé una sonrisa, y por un instante dudé sobre sí debía llamarlos. La sonrisa honesta de Clockworker parecía la más bella obra de arte que alguna vez tuve la oportunidad de ver. Fue entonces que crucé miradas con el gato de Elluka, que también parecía conmovido al final.
-Alteza. -Interrumpí. No quise adentrarme demasiado en el lugar, más que nada por respeto, aunque esto no fue suficiente para que Elluka pudiese mantener la calma. Comenzó a temblar, y a murmurar cosas en francés. Me estaba devorando con los ojos, y me vi obligado a reprimir una risa. -Alteza, Su Majestad está lista para la audiencia. -Traté de usar la voz más neutra que pude, y una reverencia ocultó mi cara que rebosaba de diversión justo antes de reincorporarme.
-Más oportuno no puedes ser, Shunsuke. -Me tajó y se cruzó de brazos. -Danos cinco minutos. -Dijo entre dientes. Me encogí de hombros y asentí. Me crucé de brazos al recargarme sobre la pared, y esperé entonces. Elluka puso los ojos en blanco al notar que no saldría de la habitación.

Se tranquilizó de inmediato, me sorprendió. Volvió a dirigirse a Fuji Raikomaru, y usó sus mangas como un trapo para limpiarle el rostro. Desde donde estaba, podía ver el cariño y la delicadeza con la que lo trataba. Su sonrisa, llena de dulzura, parecía de una persona completamente diferente a la mujer que me había reprochado minutos atrás. ¿Estaba mal en juzgar a Julio? Comprendía por qué ya la consideraba fuera de su alcance. Hice una mueca. El contradecirme después de tanto espectáculo era parecido a un trago amargo, de esos que saben a medicina.

Finalmente comencé a escoltar al grupo a la sala de la emperatriz. Tanto Elluka como Lion iban en completo y espectral silencio, cual si nos estuviese dirigiendo a un funeral. Poco sabía de la relación de Elluka con Sigrun Vinter, nadie parecía tener intenciones de discutirlo. Sin embargo, sabía que había algo más detrás de todo el asunto. Si bien, comprendía que Clockworker insistiera en no declarar la guerra contra los Royal Knights, o tomar represalias contra su sub-líder, la alegría seguida del alivio que demostró se salían de mis cálculos.

Llegados al destino, los Bishop Chessmon nos abrieron las puertas nuevamente, y nos permitieron ver a la regente esperándonos en su trono, con Julio a su derecha, bajando los escalones. Yo me coloqué a la izquierda, y Elluka pasó de largo de mí para ponerse al lado del trono Imperial.
-Tenemos llegada la hora. -Comentó la sonriente reina. -¿El recorrido fue de su agrado, Lord Raikomaru? Confío en la eficiencia de Lady Leia como guía, es una joven encantadora. -A diferencia de su predecesora, la actual Queen Chessmon era cariñosa con la princesa. Quizás porque compadecía la carga que era llevar a la fundadora en el alma.
-Gracias, majestad. -Elluka asintió suavemente. La emperatriz sonrió, y dirigió su mirada al caballero sagrado.
-Antes que nada, quiero saber qué conocimiento tiene usted, Lord Raikomaru, sobre el incidente con Sigrun Vinter y nuestra fábrica. -Volvió a hablar Queen Chessmon. -Quiero saber si sintonizamos la misma señal.

El testimonio de Fuji fue exactamente lo que sabíamos sobre el incidente, añadiendo el hecho de que fue prisionera de los Royal Knights. La reina, inmersa en el discurso del Caballero Sagrado, asentía de vez en cuando. Parecía simpatizar bien con Fuji, y eso era un alivio para mí.
-Si bien, es verdad que tanto ustedes como nosotros fuimos utilizados por el Chaos Empire, no puedo darme el lujo de hacer de la vista gorda. Me alegra saber que su clan tomó medidas contra Lady Vinter. -Tragué saliva. La seriedad con la que Queen Chessmon habló al final me había provocado un escalofrío. -Decidí no tomar represalias en contra de ustedes, Lord Raikomaru, porque al final tenemos un enemigo en común. -Dijo, pero en un principio no era así. Crucé miradas con Julio, que parecía pendiente de mi reacción.

Enfrentarnos a los Royal Knights supondría un peligro enorme, solo tomando en cuenta a Fuji como potencial enemigo. El plan B, la misión de eliminar a Sigrun que sería asignada a Julio y a mi, fue descartada después de largos diálogos con la emperatriz. Después de ver el poder del Burst Mode de Ulforce Veedramon, hubiera sido suicidio el lanzarnos contra ella. Así fue como nació el plan C, negocios con ellos.
-Aunque el Chaos Empire nos brindó apoyo en sus raíces, debo confesar que no estoy de acuerdo con sus acciones de hoy en día. -Volvió a hablar la regente, poniéndose en pie. Bajó los escalones, provocando que los dos caballeros se arrodillaran a su paso. -Más allá de mis deudas con ellos, debo ver por el bien de mis súbditos. Es más allá de una cuestión de lealtad. Usted entiende, ¿verdad? -Continuó mientras vagaba por la habitación. Se paró frente a un cuadro en la sala, donde los primeros emperadores del Metal Empire, King Chessmon y Queen Chessmon, mi Queen Chessmon, posaban magníficos. -Quiero proponer una alianza, Lord Raikomaru, una que no se pueda romper. Unir nuestras fuerzas es el mejor movimiento al que puedo llegar. -Julio y Shunsuke se pusieron en pie de nuevo. Los conocía lo suficiente como para saber que ellos tampoco sabían qué esperar. Era tan simple... Que no parecía nuestra reina. -Y es con este fin. -Cortó el silencio con el filo de un sable, y se dio la vuelta, dando el frente a Fuji. -Es con este fin, que le pido a usted, representante de los Santos Caballeros, la mano de Sigrun Vinter para uno de mis caballeros.

La sangre me bajó a los pies. ¿Qué acababa de decir? Miré a mis dos amigos, atónita. Ellos trataban de no demostrar emociones, pero Julio estaba temblando, y Shunsuke estaba respirando con demasiada pesadez. No, no podía permitirlo.
-Ma-majestad. -Interrumpí. -No puede...
-Leia. -Me hizo retroceder. Bajé la cabeza ante su reprimenda, avergonzada. Me había dejado llevar, no había nada qué pudiera hacer. Se le veía tan segura, que no había espacio donde pudiera colarme para sacar esa idea. -Ya lo he hablado con él. Lord Aesgir está dispuesto a casarse con Sigrun Vinter por el bien del Imperio. -A diferencia de mis compañeros, yo no me relajé. Estaba molesta, estaba asustada. -Es lo más cercano que tienen a una princesa, ¿no es así? Al unir a la dama de los Caballeros con un miembro de mi corte, con la bendición de Yggdrasill, ambos nos vemos obligados a brindar fuerza al otro. Para nosotros, no hay nada más importante que el ayudar a la familia. -Prosiguió. -Eso incluye apoyo militar y tecnología por nuestra parte. Lo único que solicitamos es auxilio, en caso de que el Chaos Empire decida atacar. -La reina volvió a caminar hacia su trono. Me tensé.

-Me alegra que estén de acuerdo. -La reina asintió después de escucharlo. Tenían que estar bromeando. Fuji no parecía tener intenciones de apelar por la petición de Queen Chessmon, era absurdo. ¿Me había equivocado? Había dado por hecho que Fuji estimaba tanto a Sigrun como ella parecía estimarlo a él. Comencé a respirar profundamente para calmar la ira que se me quería desbordar. Sigrun definitivamente no estaría feliz con esto, no la que yo conocí. ¿De qué me servía la corona si no podía evitar esto?

Alcé la mirada para ver al Royal Knight, y seguí la ajena al notarlo fija en Julio. Este tragó saliva, pero sus ojos seguían al frente.
-Tiene buen gusto, Lord Raikomaru. Un ojo bastante acertado. -Respondió la reina posteriormente con una grácil y sutil carcajada. -Sin duda alguna, Sir Alexiel es uno de mis peones favoritos. Fuerte, valeroso, y apuesto. Sin embargo, no puedo entregarlo a ustedes. -Tanto Julio como yo dirigimos la mirada hacia Shunsuke de inmediato. Si no era él, lo más probable es que el siguiente en la lista fuese el nipón. -Me temo que tengo planes para Alexiel y Galeq en caso de que mi Leia sea incapaz de hacerse con un esposo. -La reina me miró con sonriente inocencia, como si no supiera lo que acababa de decir. Procuré no ofenderme con su comentario, y reprimí una mueca. Queen Chessmon estiró una mano hacia mi, indicando que me acercara a ella. -Es el inicio de una nueva generación de la Realeza en este Imperio, por eso mismo no ofrezco a mi heredera o a sus potenciales maridos como sello de nuestra alianza. -Prosiguió con la temible seriedad de antes. -Mi más potente pieza, después de ellos tres, es Lord Aesgir. Apuesto y poderoso, le aseguro que no tendrá quejas de él. Si gusta, puedo organizar una audiencia con él mañana, y usted mismo decide si aprobarlo o no.

Aesgir como marido de Sigrun no me parecía más reconfortante que el que Julio o Shunsuke fuesen arrastrados al matrimonio arreglado. Más allá de mi mala relación con él, su sed de poder era asquerosa, y estaba segura de que también la emperatriz lo sabía. Seguramente tenía un plan para mantenerlo bajo raya, o quizás confiaba demasiado en la presión de los Royal Knights para con él. Posé ambas manos tras mi espalda, y apreté mis manos al mismo tiempo que bajaba mi mirada. Todo era para un bien mayor, quería creer.

-Con el favor de Yggdrasill, yo misma los presentaré mañana a la hora del té. -Indicó la reina. -Sir Galeq. Por favor, informe a Aesgir de lo hablado de inmediato. -Prosiguió con suma calma. -Si no hay más que añadir, creo que es todo por hoy. Leia lo escoltará al ala oeste, para que por fin pueda descansar, Lord Raikomaru. -Lo miré entonces. ¿Que cara debía ponerle? Me sentía furiosa, estaba enfadada con él, pero no tenía razón de juzgarlo. Al final, sabía bien que aceptó porque verdaderamente era la mejor opción para ambas partes. Yo conocía bien la filosofía Royal Knight, y estaba de acuerdo con ellos en muchos aspectos, sin embargo... No podía dejar de imaginar el rostro infeliz de Sigrun. Y sentía que era mi responsabilidad, yo le debía la vida, y le estaba fallando. Aún si aceptaba, y aún si su deber se lo exigía, ella no podría vivir plenamente.

-Leia, querida. -La voz de la emperatriz me rescató. Me perdí divagando, y había pasado varios segundos sin moverme. -Es todo por hoy. -Repitió con sutil molestia.
-Gracias, majestad. -Contesté cabizbaja. Antes de poder reaccionar, Shunsuke se limitó a hacer una reverencia a ambas, y se retiró a cumplir con su tarea. Fue tan fugaz que no pude discernir sobre su expresión, y solo me quedó el sonido de la puerta volviéndose a cerrar.
-Con su permiso, majestad. -Julio intervino con una sentida genuflexión, probablemente agradecido por los comentarios hacia él. Se puso en pie, y esperó en la puerta, abriéndola para los demás en la habitación. Di mis honores a la regente, y caminé hacia la puerta. Salí sin mirar atrás, sin prestar atención a aquellos que nos esperaban, y me detuve al recordar que debía guiar a Fuji y sus aliadas a sus habitaciones. Me giré lentamente, y esperé. Traté de neutralizar mi rostro lo más que pude, pero era inevitable. Después de todo, había descubierto que nadie le estaba fallando a Sigrun, solo yo, que prometí ver por ella.