King's Gambit [Priv. Elluka]

Al instante en el que atravesé el umbral de la puerta, una luz similar a la de un día primaveral, brillante y cálida, me arrasó. Por ello, me tomó un segundo más de lo esperado el adaptarme a la nueva iluminación.

Cuando por fin pude abrir mis ojos de par en par, alcé las cejas en señal de sorpresa.
-¿Dónde...? -Estaba atónita, nunca había imaginado que podría pisar un lugar así. Parecía inspirado en una pintura de Monet, y retocado por un surrealista. Las flores tenían un hermoso colorido, y estaban a lo largo de todo el escenario. Era como ver la armonía en físico.

Me llevé una mano al pecho al ver jugar al pequeño Fuji con Hagurumon, y sonreí cuando vi al general luchando con el maestro. Me quería acercar a ellos, y fue cuando me percaté de la figura que yacía sentada a los pies del majestuoso árbol.

Era idéntico al Fuji de hoy en día, pero su sonrisa de serenidad era que no había tenido el privilegio ver. Era impecable, y sencillo. La corona de espinas y la túnica me hacían relacionarlo con Jesús de Nazaret. ¿Fuji se sentía así? Como un salvador, tal vez un mesías, o quizás como si estuviera cargando una cruz. Se le veía puro, como recién llegado de un viaje de iluminación. Lo vi por un segundo como mi completo opuesto, estando yo tan vestida en joyas, y él tan sencillo.

Me acerqué lentamente a él, no sin antes dar un último vistazo al erudito en búsqueda de la serenidad de su apoyo. Respiré profundamente, y me acuclillé frente a él.
-¿Fuji? -Lo llamé con suavidad. Volví a mirar a los tres otros suyos que se divertían, y encontré súbita tranquilidad. -Eres Fuji... ¿Verdad? -Sus párpados cerrados me recordaban a Séraphine de cierta manera. Tan bien sellados que parecía un muñeco. Sin embargo, a diferencia de la tétrica mujer, este era... Puro, pero no me atrevía a decir inmaculado. Los restos de Aigu a sus espaldas me lo indicaban. Tenía una idea de quién era entonces, pero primero escucharía su respuesta.

-El jefe... -Repetí tras escuchar al pequeño, mientras acariciaba su cabeza. Posteriormente lo vi acercarse al príncipe durmiente, y aproveché para dirigir una sonrisa de saludo al general y al informante. Regresé mis ojos entonces al niño, y me tensé un poco cuando comenzó a tocar la mejilla. ¿Cómo se verían sus ojos? Me quedé viéndolos fijamente, sumamente interesada en si despertaría. La brusca frustración del niño me despabiló, y parpadeé varias veces en respuesta.

De pronto, escuché un claro eco con la voz de Fuji. Miré a los demás, pero no se inmutaron. ¿Qué estaba pasando ahora? Los tres que ya había conocido regresaron a sus asuntos a los pocos segundos, y regresé mis ojos hacia el que yacía dormido. Él se seguía

Lo escuché de nuevo, y ahora pude apreciar cómo la sonrisa del patriarca cambiaba sutilmente. Ah, así que de eso se trataba todo. Sonreí en respuesta, y tomé asiento junto a Fuji después de susurrar un "con permiso".
-Todos y cada uno de ustedes son mejores que cualquier príncipe. -Musité, y me dediqué a apreciar el forraje del árbol hacia arriba. De un verde impresionante, podía notar la alegoría hacia este ejemplo de Fuji. El firme tronco de la armonía entre las demás facetas.
-Infancia, adolescencia y adultez; soledad, orgullo, y redención. -Miré al pequeño Fuji jugar con Hagurumon nuevamente, pensando en los otros dos también, rememorando sus diferentes miradas y sonrisas. -¿Quién eres tú entre los demás? -Pregunté finalmente con suavidad. Los restos de Aigu permanecían detrás de nosotros, no lo había olvidado. Comencé a relacionar a este patriarca con el caballero oscuro, ¿Aigu era su cruz? -¿Por qué está Aigu aquí?

Creí que eso era todo lo que tenía que preguntar, pero entonces una duda más surgió. No sabía si él me podría responder, ni mucho menos si eso iba a alterar la paz en el lugar. Respiré profundamente. Hacía no mucho Fuji me había dicho que debía ser curiosa, pero eso no ahuyentaba mi angustia.
-¿Por qué encontré a Séraphine? -Me tembló un poco la voz, y mi ansiedad me llevó a jugar con mi anillo. No iba a retirar mi pregunta, sin embargo. -¿Quién es ella exactamente?

Tras escuchar todo lo que este druida tenía que decirme, fruncí un poco el ceño. ¿Al final Séraphine era un problema más grande del que esperaba? Llevé mi mirada hacia la figura del patriarca, y mis ojos se quedaron clavados en la cicatriz de su torso. Tras tanto sufrimiento, ¿Fuji la había perdonado? Esta versión suya me hizo pensarlo. Podía notar esa diferencia con su personificación más jóven, que deseaba derrotarla con tanta pasión. No estaba segura de lo que sentían los otros dos con respecto a ella, pero tenía asegurado por el patriarca que a todos les traía pesar y calamidad. Eso era bastante para mí.

Lo vi jugar con Hagurumon, y se le veía más divertido que nunca. En él, pude ver la imagen ideal de un hijo. Idéntico a Fuji, jugando alegremente con su digimon; educado, con aires de grandeza, y lleno de pasión. Alguien que crecería para ser como su padre, noble y hermoso, y que quizás llegaría a tener algo de mí en él. No podía imaginar que Séraphine también buscaría moldear a su gusto a mis hijos. Tragué saliva, y el pensar así me provocó un sabor amargo en ella.

La esencia de las flores alrededor me calmó, y el volver a fijarme en el que yacía a mi lado me trajo paz. Se le veía lleno de paciencia y tranquilidad, no pude evitar contagiarme, y al final terminé por recostar mi espalda sobre el tronco del árbol.
-Sí, puedo relacionarte con la paz, y con el perdón. Das completamente esa imagen. -Contesté con vaguedad, analizando los colores de las flores . Posteriormente me dediqué a apreciar sus ojos oceánicos cual pintura en galería. Tras meditarlo unos segundos, me decidí por finalmente preguntar. -¿Tú la has perdonado a ella? -No estaba segura de qué debió haber perdonado, pero todo apuntaba a que Fuji era consciente de que estaba siendo manipulado para ser un simple muñeco.

Repetía sus palabras en mi cabeza a cada momento que me era posible, tratando de descifrar toda la información que pudiera. Si todos ellos eran entes nacidos de un mismo ser, pero crecidos para ser diferentes, ¿cómo se veían entre ellos? El ceño fruncido del patriarca me partió el corazón, ¿en qué estaba pensando entonces? Él tampoco podía perdonar a Séraphine, la pista de que el accidente que se llevaría a su familia fue plantado, todo me indicaba que hacía bien en tenerle un infantil rencor que evolucionaba poco a poco en un maduro temor.

Escuché sobre lo que me tenía que decir sobre su familia con sentida devoción. Y me terminé llevando una mano al pecho, conmovida por aquél acto reflejo de mi Fuji. Incluso antes de que el patriarca terminase de aclarar su punto, ya tenía una idea bastante clara de a lo que se refería. Sentía que de nuevo estaba yendo al corriente con la conversación, pero cuando posó sus ojos en mi, sentí que el corazón me dio un vuelco, y juraba que podía ver en cámara lenta cómo se separaban los labios del redentor. Mi rostro se tiñó en rojo vivo casi al instante después de que Fuji aseguró que era parecida a su madre. ¿Esa era la razón por la que Fuji me acogió desde un principio?

Sentí las miradas de los otros cuatro, y fijé mis ojos en ellos también, uno a uno. Me detuve al ver al más pequeño de ellos, y el calor en mi rostro se disipó paulatinamente.
-Fuji, Lily, Iris... -Tapé mis ojos con mis dedos, y me encorvé un poco. -Tiene sentido ahora. Él no es consciente de esto, ¿verdad? -El trabajo de las yemas de mis dedos era evitar que mis párpados derramaran lágrimas de nuevo, pero no lo estaban haciendo apropiadamente. -Esa era la pieza faltante. -Si el tercer Fuji no lo recordaba, explicaba por qué el brusco cambio con el general, y el por qué a partir de este punto fue que era menos notorio su pesar. Finalmente lo entendía. Estaba triste, avergonzada, feliz, todo al mismo tiempo.

Cuando los ojos del patriarca se volvieron a sellar, llevándose lentamente el todo del alrededor, también comenzó a desaparecer mi inseguridad con respecto al futuro. Y, cual si hubiera sido escrito previamente, el último regalo no me pudo parecer más apropiado para la lección de este Fuji que todo lo sabía.

Acaricié la funda del estoque con las yemas de mis dedos, y proseguí a conocer la guarda y su textura. Aun después de tanto tiempo, Fuji seguía dándome una lección tras otra. Para mí, este sable que portaría con orgullo se convertiría en el símbolo de mi agradecimiento. Si él consideraba que era su igual, entonces lucharía a su lado con el precioso estoque.

La oscuridad se disipó paulatinamente, como con cuidado de depositarme en la realidad, cual si estuviera dejando una fina taza sobre la mesa. A pesar de que ya no me abrazaba la protección a la que me había acostumbrado, no tenía miedo de abrir los ojos. Estaba feliz de haber podido conocerle cuatro veces, y estaba feliz de saber tanto sobre él. Me hacía feliz el despertar del sueño para poder verlo en verdad. Abracé el arma con suavidad al pensar de nuevo en las palabras del último suyo, y fácilmente me acostumbré de regreso al fresco aire del desierto nocturno.

Me removí hasta casi tropezar al ver a mi prometido tan agitado sobre la arena, y por inercia me arrodillé para verificar que estuviera bien. Escuchar su voz fue un alivio, sí, pero no pude evitar sentirme angustiada.
-Vaya hermosa bestia entonces. -Le contesté, y después me acomodé a gatas detrás de su espalda. Dejé la enfundada espada en mi regazo, y con ambas manos invité a Fuji a recostarse sobre mi pecho al tirar con gentileza de sus hombros. -Te lo agradezco mucho, mon amour, tu cansancio no es en vano. -Susurré a su oído. Tenía miedo de ser brusca, y que eso le provocara agitarse más. Dejé reposar mi brazo izquierdo sobre su pecho, y con la mano derecha me dediqué a rascar suave y lentamente su cabeza. -¿Quieres cerrar tus ojos un rato? Prometo que te cuidaré bien. -Una risilla se me escapó.

A lo lejos, pude ver a Aleron sobrevolando el perímetro del palacio con respecto a nuestra ubicación. ¿Había tardado tanto ya? Lo más seguro era que ya había comenzado a estresarse sin mi ahí, y eso era bueno. Sí era necesario, él podría ayudarme a llevar a Fuji de regreso al castillo.

Pude notar sus sentimientos celosos al escucharle suspirar, pero me reservé mis comentarios al respecto. No podía decir que no me pareció adorable, porque pude haber soltado un chillido de ternura casi al instante. ¿Era posible estar celoso de uno mismo? Aunque, bien, la situación entre los cinco parecía ser mucho más compleja que solamente ser partes de un todo. ¿Qué cara pondría al saber que su yo más pequeño también me propuso matrimonio?

La última actividad de la noche, dijo. En cuanto lo vi sacar su D-Scanner nuevamente, un cosquilleo me recorrió la espalda. ¿No estaba cansado? Iba a protestar, pero mis labios que se disponían a ello se sellaron de regreso al notar en quién se estaba transformando.

Me puse en pie con el estoque en firme mano, bastante incrédula. Frente a mi, ofreciendo un reto, se encontraba la misma armadura que había visto minutos atrás. La misma que poco a poco se había teñido en impoluto blanco.
-Uh la lá. -Exclamé, y acomodé mi nuevo sable en mi cinturón, a modo que pudiera sostenerse por su cuenta. Las piernas me temblaban, no estaba preparada mentalmente para esto. No podía dejar notar que me intimidaba, así que le dediqué una ladina sonrisa. -Acepto entonces. -Llevé mi mano al D-Scanner en mi liga, y con un aireado ademán acerqué centenares de cadenas de datos al lector. -¡Double Spirit Evolution! -Exclamé al aire, y un destello de luz se llevó mi humano cuerpo.

Invoqué a Lady Devimon y a Blossomon con esto, y ellas se unieron a mi. Mi cuerpo se comenzó a sentir ligero y fresco, y en mi zurda apareció el caduceo de la cura y la ruina, y en mi diestra el cetro del arcoiris. Se hubo desaparecido el destello, y me posé en el suelo con lentitud y comodidad.
-Elluka. -Escuché a un angustiado Aleron en los cielos, y le dediqué una sonrisa. Llevé la diestra a mis labios, y con el índice le indiqué guardar silencio. Él pareció entender, pero no se veía cómodo. -No te sobre-esfuerces. -Logré apreciar. Era cierto que mi dominio sobre las fusiones era imperfecto, pero tenía fe en mi habilidad.
-Espero no tengas pánico escénico, mon amour. -Reí por lo bajo. Crucé ambos bastones, y respiré profundamente. -Mueve. -Le indiqué.

No necesitaba ganar. Esto era una prueba importante, estaba probándome a mi misma que podía protegernos a ambos. Necesitaba pelear contra mi maestro, contra mi más amada persona. Si podía lograr hacerlo moverse de sus casillas...

El cielo comenzó a tronar y disparar a discreción en mi contra, y mi sonrisa se desvaneció al verme obligada a centrar mi atención en mi defensa. Cual si estuviera danzando, evadía uno a uno los relámpagos que tenía a la vista. Izquierda, izquierda, frente, derecha. Inhalé, exhalé. Creía tener todo bajo control. Sin embargo, en un giro que di, me percaté que Aleron era el blanco de una de esas lanzas celestiales, y me distraje cual si fuera una novata al ver a Fuji interceptar el ataque. Al instante recibí un par de rayos, y rodé sobre el suelo al tratar fallidamente de reincorporarme. Alcé con dificultad la mirada, y me rehusé a comprobar el estado de Aleron. Debía concentrarme de nuevo, él iba a estar bien.

Encajé contra la arena mi caduceo, ferozmente, y me aparté de él, buscando un ángulo diferente de la batalla. Señalé con el índice al caballero y tomé una bocanada de aire.
-¡Serpent Ruin! -Exclamé con fuerza, y los ojos de la serpiente azabache comenzaron a brillar como reflectores. En un milisegundo un rayo de energía oscura como la noche se disparó desde el caduceo encajado, en una fina línea recta hacia mi oponente.

Había sido exageradamente descuidada. Al iniciar había visto a Fuji como un maestro al que debía enfrentar para pasar un examen. Sin embargo, si no me veía como si igual nunca iba a poder hacerle competencia. Él era mi amado enemigo ahora, y por ello mismo lo iba a enfrentar con el respeto que se merecía.