King's Gambit [Priv. Elluka]

En cuanto el cariñoso candor de la oscuridad se disipó, y fue reemplazado por un frío que me hacía sentir insegura, supe que me había equivocado al no haber esperado a mi guía. No podía regresar, así que no intente nada más que avanzar. El brusco cambio al luminoso blanco me reveló que estaba entrando en el territorio de alguien a quien no le importaba. No era Fuji.

Sin miedo. Sin retroceder. Inhala. Exhala. Estaba todavía en el interior de Fuji, nada malo podría pasarme. Las mariposas doradas eran hermosas, pero no me inspiraban confianza. Era esa clase de belleza que pertenecía a las espinas de una rosa salvaje, tan esplendorosa que si la tocaba pecaría y debería de ser purgada.

Y ahí estaba la dichosa rosa. Gloriosa, hermosa, pero su sonrisa estaba podrida, como una muñeca con quien habían dejado de jugar hace mucho tiempo ya.
-Diría que es un gusto conocerle. -Contesté. -Pero... No, me temo que no es un gusto. No me siento cómoda con usted. -Sonreí con fingida inocencia, y la vi de pies a cabeza en su trono. Era como una princesa, y le veía tan perfecta que podía apreciar cuán rota estaba. Ella vagamente podría ser un ser humano. -¿Es usted una marionetista entonces? Juraría que la muñeca aquí es usted. Sin ánimos de ofender, claro. -Tal vez hacía mal en no bajar la cabeza, pero estaba muy molesta ahora. Me habían interrumpido después de tan buenos momentos, me sentía como una niña a la que le habían quitado un dulce. -¿En qué puedo ayudarle? Estaba a punto de reunirme con alguien importante. -¿Quién era ella? Quería preguntar más cosas. ¿A qué se refería con que Fuji era su muñeco? Ella no podía ser mucho mayor que yo, pero su presencia me abrumaba mucho más que Fuji, que Sigrun, que Scott, y que incluso Cadejo en mi momento más débil. No, no era normal.

Al ver al peculiar Ancient Wisemon, mis dudas quedaron casi completamente esclarecidas, y me dediqué a quedarme presente en la situación. Ella me hacía enojar. Ella estaba ninguneando a Fuji. Ella estaba retándome. Sus ojos me decían que yo no era más que otra de las piezas en su tablero, y me eso me exasperaba. ¡Irritante! A pesar de que mis ojos querían salirse de sus cuencas para devorarla, y que mi pulso se aceleraba exponencialmente, me mantuve quieta. Escuchándola. Soportándola. Ella era la abuela que Fuji quería derrotar. Yo no podía perdonar a aquella odiada de ese niño que lloraba tanto por su familia.

La miré con ojos afilados. Era como presenciar una película de terror, pero traté de mantener mi cara de póquer. Tras haberla terminado de escuchar, pasé de largo de ella, y analicé el tablero con detenimiento. Tenía tiempo sin jugar ajedrez, más o menos el tiempo que llevaba entrenándome con el Metal Empire, pero aceptaría gustosa el reto.
-Fuji decidirá cuándo colgará su sable. Si él no desea seguir siendo primer ministro, yo no lo obligaré a que regrese a ese estrés. -Hice una mueca al ver que había iniciado un gambito de rey, peón e4, peón e5, peón f4; y entonces yo me atreví a responder con peón d5. -¿Conoce el contragambito de Falkbeer? -Me giré para ver a la muñeca de porcelana. El centro más fuerte, el peón declinado. Si algo salía mal, en un santiamén podría transformarme en Mastemon y escapar. Eso quería creer. -Creo que no me ha vigilado lo suficiente, madame. De haberlo hecho, sabría que es un error dejarme jugar con negras, mucho menos en una estructura abierta. -Volví a mirar al tablero fijamente, y tejí la red de jugadas necesarias. Aproximadamente doce jugadas posibles, de las cuales descarté seis. Dirigí mis ojos de nuevo a la nueva antagonista, y le sonreí ladina. -Y que no hay nada más vulgar que decirle a una reina qué debe hacer cuando su consejo no fue requerido. -Me giré, y la encaré entonces, manteniéndome a un escaso metro de distancia de ella. -Elluka Clockworker, Louise Françoise le Blanc de la Vallière, Leia del platino, o señora de Raikomaru. No me interesa el nombre que quieras utilizar, con cualquiera de ellas te responderé lo mismo. -Me incliné un poco, acercándome más a su rostro sin pena alguna. -Allez manger du pain. -Ella había provocado que Fuji fuera infeliz la gran mayoría de su vida. Yo lo sabía. Yo no la iba a perdonar.

Su estridente risa se metió en mis oídos y retumbó en mi cabeza cual si estuviera ayudada por un inexistente eco. Mi respiración se tornó pesada de llevar. Ella estaba tranquila desde el primer momento que cruzamos miradas, y permanecía exactamente igual ahora que se introducía para mí. Esa mujer no era humana, estaba sacada de un libro de Poe o de Lovecraft. Séraphine, incuso su nombre era hermoso, ¿alrededor del trono de quién se posaba?

Tragué saliva al verle dirigirse hacia el digimon que la acompañaba, y al tocarlo me provocó entrar en guardia. El negro regresó a abrazarme en un parpadear de ojos, y la figura de Séraphine quedó reducida a poco menos que el cascarón de una vieja muñeca.
-He visto cosas peores. -Me burlé de los resquebrajados restos aunque no habría nadie para escucharme, en un intento por hacerme creer que tenía el control del asunto, y que no había nada que temer. Llevé la zurda a mi pecho, y exhalé de forma temblorosa. Me consolaba en la sensación del amoroso candor de la nada que me rodeaba. Fuji estaba conmigo de nuevo.

Me sorprendí al ver al ilustrado Fuji nuevamente, y de no haber sido porque él tomó mi rostro primero, hubiera corrido a abrazarlo. Negué con la cabeza cuando se dijo a sí mismo mal guía, el error había sido mío al no esperarle, pero no pude decir algo de ello. Me quedé pasmada viendo a la puerta que había aparecido frente a nosotros. Yo conocía esa fachada, esa era una puerta muy especial. De pronto quería llorar, y miré desaparecer nuevamente a mi guía. Me adelanté a la puerta y acaricié el agarre. Si Hagurumon estaba con Fuji en la puerta anterior, ¿Lily estaría con Fuji ahora? Tragué saliva ante la posibilidad de ver a Louise y Lune sentadas también. Exhalé por los labios y abrí la puerta, adentrándome finalmente.

El corazón me saltó justo en el momento en el que Fuji me tomó en brazos. Toqué su espalda con mi agitada mano, y el sentir de sus ropas era exactamente el mismo que recordaba. El calor subió a mi rostro por el esfuerzo que estaba haciendo por no llorar, él me estaba abrazando cual si aún estuviera viendo a la pequeña y novata Louise. Sus ojos lo delataron también, tan dorados, tentadores, y aventurados como en mis memorias. Gentilmente, tomé la zurda ajena con la propia, y le sonreí sin palabras que pudiera decir todavía.

Sin embargo, al ver que Lily portaba la armadura de Ophanimon, mi mandíbula cayó como ancla por un segundo. Me reincorporé rápidamente, y tuve que verla por completo. El aura que irradiaba al ser Lilithmon era completamente diferente a esta peligrosa celestial, que parecía ser el lado opuesto de una moneda. Y, sin embargo, yo la podía reconocer como Lily sin problema alguno.
-Guau, Lily. -Mi voz era pausada, pero clara. -Te ves... Te ves preciosa, es una sorpresa muy agradable. -Asentí, dando un vistazo más al ¿ángel? sí, definitivamente era un ángel... ¿verdad? y volví a dirigir mis ojos a mi maestro. -Verlos a ambos es una sorpresa muy agradable. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi así. -¿O quizás era que habían pasado muchas cosas en el medio? Reí por lo bajo y tomé las manos del esmeralda, usando notoria energía. -Para ti han pasado casi cuatro años desde que nos conocimos, chéri, para mí han sido... Un poco más. -Fruncí los labios hacia adentro, tratando de calcular meticulosamente el tiempo que ha pasado. -¿Seis...? No, siete años. -Abrí un poco más los ojos al percatarme que había pasado mucho tiempo ya, y yo aún rememoraba todo cual si hubiera sido hace un mes. Me ajusté la garganta al recordar que Fuji me había advertido del Dark Area, e inmediatamente traté de cambiar el tema. Mis ojos instintivamente se posaron en Lily. -Pero... Pero yo nunca había visto a Lily así, no puedo explicarme. -Musité.

-Oh... -Fue lo único que pude decir al encontrarme al frente de Lily así, en una voz grave y que decrecía en volumen. Entonces ella era el ángel caído que tantas historias daba que contar, la que había sucumbido al pecado y fue condenada. Quería creer que ahora podía comprender un poco mejor el motivo de su fascinación por Fuji, y el por qué lo veía como un salvador al qué adorar. Esbocé una sonrisa, y tomaría en cuenta el consejo del caballero. Quizás era mi imaginación, o estaba interpretando mal aquella sonrisa, pero sentía a Lily mucho más libre así.

Me sobresalté un poco al sentir las manos de Fuji sobre mis hombros, y el notar que me observaba demasiado me avergonzaba un poco. Comenzaba a sentir calor, y mi rostro se convirtió en un vivo volcán cuando depositó esos besos de ternura en mi frente. El corazón me empezó a correr, cual niña recién enamorada. Sin embargo, toda aquella adrenalina se drenó cuando noté sus lágrimas de felicidad, y recordé rápidamente el día en que nos habíamos reencontrado. Yo era la que le había pedido que no se fuera. Prometa que no me dejará sola, le había dicho esa vez. El tragar seco me hizo derramar lágrimas contenidas, y continué escuchándole. Me dí cuenta de que estaba menos reservado para conmigo que aquella noche.

Una vez más tomé asiento en esa melancólica mesa, y fui consciente de que mi espalda por fin abarcaba completamente el respaldo de la silla. El aroma mentolado del cigarrillo de Fuji me envolvió en algo similar a un viaje en el tiempo, en el que casi pude ver a Lunamon sentada a mi lado.
-Nunca me lo pareció así, monseiur. -Sin darme cuenta, lo había vuelto a tratar como el maestro que me atendió. -Yo siempre admiré cómo hizo para seguir adelante con tanto porte... No, creo que más bien el porte nació del paso firme que daba. Yo quería poder alcanzarlo, y lo perseguía. -Me ruboricé un poco, y comencé a jugar con el brazalete que me habían obsequiado poco antes, haciéndolo girar suavemente sobre mi muñeca. -No imaginaba una mejor definición de tamer que usted. Más que un deshecho, usted creó algo completamente nuevo. Y yo quería crear algo completamente nuevo también. Puede jactarse de que usted es mi héroe. -Finalicé sonriente.

Me terminé sonrojando cuando aseguró que pasaba un calvario sin mi. Me encogí un poco sobre mis hombros, pero no podía despegar mis ojos de los suyos. Estaba adicta a ver ese dorado que brillaba al hablar, y también a la melodía de su voz. Sin embargo, al momento en el que se citó a él mismo como el general del Metal Empire fue que caí en cuenta de lo que me estaba diciendo. Séraphine lo crió, y fue moldeado lentamente para convertirse en el líder perfecto. El pequeño Fuji que visité probablemente estaba en el inicio de este proceso. Cuando llegó su pubertad, él se rompió y la rebeldía que le impulsó la libertad que el mundo digital le ofrecía lo llevaron a desviar su personalidad ligeramente. No obstante, la diferencia entre el anterior Fuji y el que estaba frente a mí era demasiada. No sabía si podía atribuir este giro de moneda al desligue con Cadejo, a la muerte de Hagurumon, o a la mano de Séraphine, pero la pintura comenzaba a tomar forma.

Si el amor, la devoción que Fuji me profesaba era lo que lo mantenía alejado de esas cadenas, yo protegería ese tesoro con mi vida. Esta oportunidad de viajar por los recuerdos de mi prometido tenía el objetivo de hacerme entender la manera en que él me amaba también, y no sólo el consentirme con ver facetas suyas que no conocí a tiempo, comenzaba a captarlo a pesar de mi lentitud. Un diamante, había dicho. Instintivamente toqué la rodocrosita en mi anillo, y la miré de soslayo. Ah, ya lo veía. La piedra rosada era ese ferviente amor con mi imagen, y la estaba entregando a mi cuidado. Al darme cuenta de ello, comencé a lagrimear y las dejé caer con discreción.
-Yo me encargaré entonces de proteger esa joya con mi alma si es necesario. -Asentí con una amplia sonrisa. A pesar de que mis lágrimas eran del tamaño de perlas, no me permitiría ocultar mi rostro. -Y dedicaré mi vida a cuidarla y amarla de regreso.

Aquella noche había interpretado dos canciones, nacidas ambas de mi puño y letra. Las dos habían sido escritas con mi rencor y desamor, con mi desilusión y mi furia. Esa misma noche encontré la definición opuesta al odio que tanto había cargado, y lo había hallado en la imagen que estaba frente a mí ahora. Al recontar a los que había conocido, recordé también algo importante.
-Fuji... El Fuji de mi tiempo dijo hace tiempo que se había reunido con el triunvirato. -No dudé de ir directamente con esta versión, ya que me había demostrado ser el más afilado de los tres, y el más consciente por ende. -Esos son ustedes, ¿me equivoco?

Trataba de asimilar palabra por palabra su primer respuesta. La mezcla de palabras era más confusa de lo normal, y no pude evitar hacer una mueca agria para mis adentros. No obstante, mi gesto disgustado desapareció sin rastro al notarle aquella risa tan picaresca, que me contagió al instante, y lo terminé siguiendo con la mirada cuando se levantó. Así fue que alcé las cejas ligeramente al verle extender la mano hacia la niebla y llevarse un poco de regreso. La imagen que daba esa hermosa serpiente estaba llena de misterio, y entintada con una pensativa melancolía que me dio más de un motivo para sonreír. No era muy diferente del Fuji que existía actualmente.

Ladeé mi cabeza sutilmente a la izquierda al escuchar que, efectivamente, ellos formaban al triunvirato. Podía relacionar sin problemas a su niñez con la soledad, a su adolescencia con su orgullo, y a su adultez con su redención. De hecho, podía jurar que cada uno de ellos encarnaba a cada aspecto, y la historia que contaban sólo lo podía reafirmar. Encajé mis ojos sobre los ajenos de oro, con genuino interés por escuchar más. Sin embargo, en cuanto las palabras se comenzaron a rebuscar al tocar el tema de un cuarto personaje, me perdí.
-Va-vaya. -Contesté por pura inercia, aún tratando de deshacer los nudos mentales que se me habían quedado en el proceso. -Entonces, este... ¿mediador? es el Fuji del ahora... ¿No? -No estaba muy segura de lo que estaba diciendo ahora. Miré a la mesa con una expresión que se compungía al volver a procesar lo dicho por él, y lo dicho por mí. Levanté la mirada lentamente, y me fijé tanto en Lily como en Fuji. Me avergoncé tanto de mi torpeza, que comencé a arder al rojo vivo por todo el rostro, e incluso podía sentir calientes mis orejas. -¡Aaagh! Esto es confuso. -Cubrí mi rostro con ambas manos. Se podría decir que tras tanta información y pedazos incompletos estaba finalmente estallando. Mantendría la compostura en cualquier otra situación, pero me estaba permitiendo el lujo de quejarme, sólo si era Fuji mi único testigo. -¿Cómo es que es todo esto posible, de cualquier manera? -Rasqué mi flequillo frenéticamente en un intento desesperado por calmar mi ansiedad, y terminé despeinándome a consciencia. -Ya hay demasiadas incógnitas, de por sí. -Aquello último ya casi tocaba la raya del lloriqueo, pero no permití que siguiera, y me erguí nuevamente sobre la silla. Sin embargo, mantuve los ojos cerrados ante el bochorno que yo misma me había adjudicado.

Su frente contra la mía me trajo súbita paz. De repente, lo único que podía ver eran esas pupilas de oro, y lo único que resonaba en mi cabeza eran sus palabras. Sonreí con suavidad cuando me peinó nuevamente, y mis labios se separaron sutilmente al percatarme de la dulce caricia en mi mejilla. Me sentía seducida, querida, y enternecida al mismo tiempo. Verlo alejarse, por tan pocos centímetros que fueran, era doloroso. Casi le pedía que se acercara de nuevo, pero resistí a la tentación.

Hacer preguntas nunca fue lo mío. Siempre asumí que debía saber la respuesta a todo, y que era lo más correcto el estar tres pasos por delante de los demás. El camino que veía como emperatriz era el guiar a los demás, y por eso deberían depender de mí. Que Fuji me dijera que ser curiosa de los demás era como un balde de agua fría a la cara. Parpadeé varias veces, atónita. Lo más seguro es que la movida que estaba pasando por mi punto ciego era esa, depender un poco más en los demás, aunque fuera para mi propio beneficio.

Él desapareció, y me abalancé sobre la mesa al instante con una expresión acongojada. Fue repentino, y deseaba seguir charlando con él. Ver esas viperinas sonrisas suyas, y sus cabellos esmeraldas me recordaban a un momento de mi vida en el que no me preocupaba por nada más que vivir, y seguir viviendo, y seguir viéndolo, y seguir amándolo. Era un tiempo simple, y afortunado. No era como si no estuviese agradecida del ahora. De no haber sido por todas las complicaciones siguientes, no me habría dado cuenta de cuánto y hasta dónde llegaba mi amor por Fuji, y estaba sumamente agradecida por tener la oportunidad de cuidar de algo tan preciado como el Metal Empire. Tal y como ocurrieron las cosas fue lo ideal, y no me arrepentía de nada. No obstante, la melancolía me sabía ahora a la reciente ausencia del sabor de un dulce que no había probado hace tiempo ya.

Tomé con cuidado la gargantilla en mis manos, y percibí la finura en su acabado con las yemas de mis pulgares, al mismo tiempo que relacionaba a la bella esmeralda con las memorias de nuestra joven relación. Me dispuse a colocármela, pero me interrumpí al notar la presencia del sombrío erudito, que se le veía igual de contento que yo en el ambiente.
-Es injusto ponerme un escenario así, mon amour. -Reclamé, procediendo a abrocharme la joya en mi cuello. Utilicé la extensión de una sola mano para acomodarme simétricamente el accesorio, y me puse de pie. -Puedo resistir a los encantos de un tú niño, y a un tú muchacho, pero ponerme frente a este tú es un suplicio. Completamente injusto... Mais, merci. -Musité al final. A pesar de haber reprochado aquello, no estaba sinceramente molesta, sino todo lo contrario. Me acerqué al sabio él, y aireé mi cabello para hacer relucir la joyería que los diversos él me habían obsequiado. -¿Cómo me veo? -Le sonreí con amplitud.