King's Gambit [Priv. Elluka]

Tragué saliva al escuchar la voz de Fuji. Suspiré de inmediato, ¿de qué me serviría ocultarle información? Detuve mi caminar lentamente, y posé ambas manos en la cintura. Miré al techo, buscando palabras para explicarme, pero era difícil tratar de no hacerlo parecer infantil o un capricho.
-No es muy importante para el asunto. -Confesé. -La verdad es que son mis emociones las que me hacen desear que estas negociaciones no estén ocurriendo. -Me giré con el tintineo de mi arreglo, y le revelé a Fuji mi rostro enrojecido, pero nunca avergonzado. A él le podía confesar todo capricho sin temor a una reprimenda, quería pensar. -Sé muy bien que la decisión que se tomó es irrevocable, y es lo más próspero para todos. -Me tomé el entrecejo, luchando con una migraña que quería conquistarme. -Para todos menos Sigrun. -Proseguí. Volví a caminar, esta vez al lado de Fuji, esperando no llamar la atención al quedarnos a medio pasillo.

Lion se adelantó al notar que nos acercábamos al destino. Me recordó que tenía planes para nosotros esta noche.
-¿Sabes? Cuando niña, viví algún tiempo en Noruega. -Volví a tomar el hilo de la conversación, rompiendo mi silencio. -Ella y yo fuimos amigas hace mucho tiempo. ¿Cuántos años tenía? Ya casi pasan diez años de aquello. ¿O más...? ¡Ahora soy mayor que Sigrun! -Concluí con sorpresa al haber caído en cuenta de ello. Reí con melancolía, tratando de tragar lágrimas. -Me alejé de ella tras la muerte de una amiga, y la culpé por ello. Estaba tan avergonzada, que cuando discutimos tu libertad, oculté mi identidad lo más que pude. -Me detuve en la puerta de la habitación de Fuji, pero no había terminado con mi historia. Volví a mirar al amado. -Ese día, Sigrun salvó mi vida... Estoy... En deuda con ella. -Me demoré, resistiendo contar sobre los movimientos en mi contra. Si alguien en el castillo escuchaba, los rumores comenzarían a correr, y quizás el pánico también.

Me acomodé el flequillo, tratando de ocultar mi rostro con torpeza. Sentía que parecía un libro abierto, aún si no estaba contando todo. Si alguien que no fuese Fuji o sus subordinadas me viera, quizás hubiera huido.
-Perdón. -Me disculpé por volver a interrumpirme con un silencio. Titubeé un poco antes de volver a hablar. -No puedo imaginarme a mi amiga feliz con un matrimonio arreglado. ¿Y si está enamorada de alguien? Si su corazón pertenece a alguien más... -Inmediatamente pensé en Queen Chessmon y su matrimonio. Ella había dicho que siempre tuvo un amor posible y brillante, que se volvió imposible con el tiempo y las decisiones. -Si yo estuviera en su lugar, aceptaría. Por el bien del Metal Empire haría lo que fuera, pero eso no me asegura ser feliz. Nunca podría serlo. -Bufé y volví a tomarme la frente, cubriendo mis ojos. -Le fallé nuevamente, pero encontraré la manera de redimirme.

Elluka

-¿Lily? -Cuestioné impactada por lo anterior. Si bien, no era una mala impresión, nunca habría imaginado a la misma Lily, tan distante y serena, tratando de aprender sobre el perdón y el cariño. -Me hace muy feliz saber eso. -Me sentí halagada por ello, inflé mi pecho por inercia al escuchar a Fuji decir que era una buena influencia para aquella señora demoniaca. -Aleron también ha estado angustiado desde… Desde todo lo ocurrido en la Zona Imperial, incluso antes. Aunque haya sido rudo en la base Union Saver, es pura apariencia. Realmente le preocupan. -Me tomé la libertad de acomodarme el cabello tras mi oreja, y a juntar un poco mi costado hacia el del caballero de manera furtiva. -El festival de disculpas comenzará mañana, quiero pensar. -Comencé a caminar hacia el frente entonces, con una sonrisa que revelaba mi emoción por llegar.

-En cuanto al lugar. -Tomé la palabra de nuevo, y la mitad de mi sonrisa se esfumó. -Es mi lugar preferido en el palacio. Creo que es suficiente información, chéri. -Reí para mis adentros después. La luz en el palacio comenzaba a desvanecerse hasta dejar colores anaranjados contra el metal, señal de que el toque de queda se aproximaría en un rato más. Lion apareció de entre las sombras en ese momento, y se dirigió rápidamente hacia el fondo del pasillo, guiando el camino. -No sólo es mi lugar favorito, creo que es el lugar preferido de mucha gente en el Metal Empire. Con tanta arena por todos lados, no es de sorprenderse. -Comencé a introducir mi sorpresa de la manera más sutil que se me pudo ocurrir, pero estaba muy concentrada en otra cosa como para ser cuidadosa. Mis ojos, clavados en su mano, pedían por tocarla. Nadie estaba viendo, nadie se iba a enterar. Con sigilo, mi zurda se escurrió hasta tomar el índice ajeno con dos dedos. Suavemente colé el resto de mi mano, y había tomado la ajena por completo. No despegué los ojos del frente posteriormente, sonrojada pero nunca avergonzada de mi infantil capricho.

No demoramos demasiado en aproximarnos al destino. Tras un par de vueltas en el pasillo, la iluminación dorada comenzaba a hacerse presente. Tragué saliva, y traté de ignorar a mi palpitante corazón, que se emocionaba por mostrarle el trabajo de mi cariño disfrazado de ocio. Lion nos esperaba al fondo del pasillo. Saludó nuevamente con un asentir y con un empujón abrió la puerta de cristal frente a nosotros, revelando el camino de mármol que reflejaba la luz de la luna, y se decoraba de en poco con la arena movida por el viento. Se lograba divisar mi objetivo: el invernadero. El pequeño domo de cristal templado se le veía pintado por dentro en verde de las plantas, y dorado de cada pequeño led que Lune y yo colocamos.
-Buenas noches. -Musitó Aleron, que se encontraba al final del camino, en la entrada del criadero. Hizo una pequeña reverencia y nos permitió el paso.

Miré a Fuji con una amplia sonrisa, y me permití abrir la puerta para nosotros. Con mi cuerpo extendido hacia el interior, lo invité a pasar.
-Este es mi regalo de bienvenida… Y también es una disculpa por haberme demorado tanto. Completamente de mí, para ti. -Confesé con una voz baja y suave. -Cada parte del invernadero está cuidadosamente re acomodada para endulzar tus ojos, y sólo los tuyos. Adelante. -Me ajusté la garganta tras una corriente del nocturno aire del desierto, y froté mi brazo para acalorarme.

Una travesura iba a salir de mis labios como primera respuesta tras escuchar con un propio suspiro el cumplido que el amado me había concedido. Sin embargo, me vi callada rotundamente al sentir calor en mis hombros.

Mi zurda cruzó hacia mi hombro derecho, y tocó con la yema del índice el violáceo sobretodo, y procedió a aferrarse a él. Una enorme sonrisa se siguió pintando hasta alzar mis pómulos, y sentía el candor subir hasta mi rostro, rebosante de alegría. Furtivamente me embriagué de la fragancia de la prenda, y mis sentidos danzaron, deseando mantener su aroma grabado para siempre.

Su figura olfateando esa bella rosa de oro, que parecía una leyenda materializada, me robó un suspiro más. Él, sin su gabardina, vestido en ese sencillo blanco, era como ver un sueño. Las luces, las flores, y el estrellado cielo de la noche desértica. Todo era mucho mejor de como alguna vez lo había imaginado. Lo mejor de todo era que sólo existíamos nosotros dos, en nuestra simpleza.

-Creo que lo correcto es decir que no me des tanta importancia. -Dije, apoyándome ligeramente sobre el brazo ajeno, en un sutil intento de acortar más la distancia entre nosotros. -Pero me encanta que lo hagas. Me encanta cuando te ves tan magnífico hablando sobre nosotros, porque es cómo si sólo existiéramos los dos. No hay un correcto, o un erróneo. Sólo tus ojos contra los míos. -Entonces me separé de su brazo, y alcé el rostro para poder mirarlo a los ojos con la misma amplia sonrisa, que retenía toda mi emoción. -A veces me pregunto si fuiste tú quién me lanzó un hechizo aquella noche, que desde entonces no he dejado de pensar en un nosotros. Me haces perder los estribos, y eso también me encanta. -Detuve mis pasos después de posarme frente a él con un romántico giro, cual si lo acabara de invitar a bailar conmigo. Levanté mi mano poco a poco, y me permití tocar su mejilla con nula coquetería, sino con un ágape puro, que se regocijaba al ver tan claramente sus ojos de cielo. -También me cuestiono entonces, ¿Acaso eres una dulce y feliz condena, mi Romeo? ¿O eres el rescate que nunca esperé, pero siempre necesité, señor Darcy? -Mi pulgar acarició su suave rostro, y yo era incapaz de despegar mis ojos de los que no eran míos, pero amaba como si lo fueran. No, él no era ninguno de esos dos. Era un veneno con sabor a golosina. Con él, todo lo malo era lo bueno, y todo lo bueno era celestial. Mejor que Romeo o Darcy, él era mi Fuji.

Me atrapó desprevenida, me vi obligada a despegar la mirada. Aún si la situación estaba sembrada, no estaba preparada para escuchar de su boca que me ama. Aunque sus ojos siempre lo delataban, y a pesar de que no era la primera vez que me lo decía, me sorprendió como si lo hubiera sido. Fue entonces que noté que era la primera vez que de verdad escuchaba a esas palabras desde aquella montaña rusa de emociones, y me provocaba sentimiento.

Mis ojos pesaban al contener lágrimas de felicidad que contrastaban con mi ladina sonrisa, que todavía quería mantenerse fuerte y presente. Mi intento no duró mucho, puesto me rendí y regalé una sonrisa rellena de dulzura. Mi mano buscó a la ajena y no la pude detener, ni quería hacerlo. Sus manos eran grandes, y eran suaves como el pétalo de una flor. Alcé la mirada para apreciar sus ojos nuevamente, y el ver su rostro enrojecido sólo reafirmaba lo anterior. No pude evitar pensar que este hombre era la rosa más bella de todas.

-No hay mayor felicidad que esta. -Pensé en voz alta. Mi voz temblaba, y, al tratar de controlarla, lágrimas como perlas fueron cayendo por mis mejillas. -Yo también te amo. -¿Qué no le había dicho ya? Mis sentimientos no cabían en palabras, no podía decirle más que lo amaba, porque nada sería suficiente. -¿Cuántos te amo debería decirte para que mi corazón esté contento? ¿...Cuántos quiero escuchar? -Musité, completamente a la deriva en ese mar de ojos suyos. Las perlas seguían lloviendo, pero ya no las sentía, ya no les prestaba atención. Tomé una camelia de blanco impoluto de un largo macetero al lado de nosotros, y con la gentileza del mundo estiré mi brazo para acomodarla en el cabello de mi amado. Podía comparar la belleza de la flor con él, y lo hermosa que se veía adornando a alguien aún más bello. -A veces siento que ninguna mesura de tiempo sería suficiente para saberlo. -Mis lágrimas cesaron, y amplíe mi sonrisa. Estaba feliz. Realmente no hubiera cambiado una sola parte de mi vida, porque solo así podía apreciar cuán enamorada estaba de Fuji, y cuánto deseaba estar con él.

Casi olvidaba por completo lo que tenía al frente para nosotros, y jalé suavemente de su mano para continuar el camino, pero no podía quitarle mis ojos de encima. Ni siquiera el panorama de luces y flores se llevaba mi atención. Era como si estuviera encadenada, y lo disfrutaba.

Seguía procesando todo lo que Fuji venía diciendo. Cada palabra parecía una verdad y un secreto al mismo tiempo, y ponerlas juntas daba un sueño. Si bien, Fuji estaba en todo lo correcto sobre nosotros, y tanto él como yo estábamos y gozábamos de nuestro amor como decisión de un yo independiente, mi destino deparaba algo más. En algún momento debía de contraer político matrimonio con alguien, y yo realmente deseaba que fuera con el Santo Caballero. ¿Entonces era una ofensa a este genuino amor el casarnos? De pronto me sentí insegura, y apreté mi agarre, queriendo no perder esa mano, a pesar de que sabía que nadie me la robaría.

Así como repentinamente me puse a pensar en el platónico y secreto amor de Queen Chessmon y Lord Knightmon, y cómo nosotros podríamos encarnarlos en más de un sentido, mis temores se disiparon cual hojas ante un ventarrón cuando declaró que transitar la vida a mi lado era la misma vida. Mi corazón dio un vuelco y volví a sonreír cual si no hubiera pensado en lo absoluto. Besó mi mano, y pude haberme derretido sin problemas. Él verdaderamente era mi debilidad. Él era el único para mí. Estaba sobrepensando las cosas. Si podía ver esa sonrisa suya, la cura a todo mal, sabía que sería una vida feliz.

Negué con la cabeza para responderle, y le regalé el reflejo de su gesto.
-Nunca he sentido que te vas por las ramas. -Cada palabra suya era como un flechazo tras otro, siempre lo había sido. -De hecho, siempre he creído que eres muy directo. -Reprimí una risita, encogiéndome de hombros, y volví a relajarme tras unos segundos. -Entendí por completo lo que me querías decir. -Sus palabras poéticas rara vez me resultaban en enigma, quizás producto de mi romántica naturaleza, o tal vez era de causa divina y realmente estaba escrito ser uno para el otro. -¿O es que hay algo que me quieras decir y no puedes, mon chéri? ¿Hm? -Reí por lo bajo al pasar mi mano libre para sostener el brazo cuya mano tomaba con la otra. -Tal vez no entendí después de todo, vaya. -Lo más probable era que, al ahora histrionicamente querer jugar con Fuji, estaba escapando de los pensamientos que yo misma traje. O tal vez era que quería seguir escuchando su visión de nosotros, y no sabía como llevarlo a ello sin hacer una bomba de mi corazón.

Mi jugada fue volteada por completo cual moneda, sin apreciable pizca alguna de el aparente control que había tomado sobre mis palabras. Mi cara se encendió en rojo vivo al sentir su gentil cabeza sobre la mía, y mis ojos comenzaron a pesar. ¿Quería llorar? De felicidad, de nuevo. Estaba avergonzada, y también feliz. El corazón trataba de escapar de mi pecho, y tragué saliva para apaciguarlo un poco. Debía mantener la compostura, y me rompería cuando el momento llegara.

Sí, era un sueño maravilloso. Podía imaginarme llegando a casa, y al abrir la puerta estaría él, justo habiendo de terminar de preparar la cena, tan puntual como siempre. Me saludaría con un beso, y entonces comeríamos con calma mientras le comparto mi día, y él a mí el suyo. Dormir con la tranquilidad de saber que lo primero que veré al despertar sería él. Dormir entre sus besos, y despertar entre ellos también. Suspiré entonces, con una sonrisa que le daba toda la razón, aún si no podía verla.

-Non. Merci à toi. -Musité en respuesta. Apreté su mano al volver a pensar en aquella fantasía mía, que cada vez parecía más una meta. Fue entonces que me di cuenta de que incluso yo tenía permitido ser feliz. Un escalofrío de eufórica adrenalina recorrió mi espina dorsal, y comencé a adelantarme, jalando de su mano. Estaba impaciente por probar aunque fuera un poco de aquél sueño.

No fue mucho caminar, a los pocos metros, y un par de desvíos, estaba aquel destino que tenía preparado. Una sencilla mesa cubierta por un mantel de seda blanca, y un par de tazas de porcelana nos estaban esperando. Rodeados de arbustos y flores, el espacio entre las sillas y estos anteriores era lo suficientemente prudente para no molestarnos con las hojas.
-Fue difícil, no había un solo pastel que me convenciera. -Volví a hablar al aire. Yo amaba los postres, efectivamente, pero cuando se trató de planear esto, no había uno solo que me pareciera suficientemente bueno. -Así que, por esta vez, serán galletas con el té. -Tragué seco, y un tembloroso suspiro me simuló una risilla. -Sé que pasamos la mayoría del día juntos, y que no es la hora del té. Me faltan marcas de expresión, y a tí canas, pero no es un mal ensayo. -Nuevamente apreté su mano, y lo miré con suavidad. -Te debía una taza de té, ¿recuerdas?